La Agonía del Corazón (VIII): Anhelante

 Hay una casa en medio de un lugar sin árboles que sigue siendo un bosque.

A veces voy hasta ella y mirando el mar, intento, con mis manos, atrapar el viento.

Nunca lo lograré, son grandes árboles que se alzan con un tronco invisible.

Son brisas del pasado que ya no están, y ahora soplan agonizantes desde el desierto.

 

A veces, cuando el día tiene sus labios unidos con la noche.

Y la luna se alza blanca, como una perla de plata en el firmamento.

Me siento al pie de la puerta cerrada, como un cansado visitante.

Y aunque sé que no hay nada, a veces me parece oír un susurro marchito.

 

"No Vendrá"

 

Quiero pensar, antes que en fantasmas, que es un grito de mi mente.

Nada hay tras esa puerta, solo sombra, musgo y el vacío del recuerdo.

Y cuando camino de regreso a una tierra más verde...

El grito de una lechuza muerta hace tiempo hace eco de mi deseo.


Pero no importa, no es relevante, lo que busque.

Busco, busco y busco y solo sigo tropezando.

Yo quiero el viento de aquel mar que cubría el horizonte.

Una pizca de esa brisa fresca que llegaba con el crepúsculo.


Y así, con las manos vacíos y una sonrisa triste.

Regreso, dejando atrás aquella vieja casa perdida en el tiempo.

Rodeada del sueño eterno de un viejo bosque.

Del que hace siglos solo quedan dos cosas: polvo y silencio.

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