Las Ametralladoras Automáticas no expresan bien sus sentimientos.

 Tristes, se notan que están tristes.

Aunque te apunten y encañonen.

O abran fuego a bocajarro.

En el fondo se nota que les da palo.

Porque cada bala tiene un regusto amargo.

Y se nota que están cansadas.

Quemadas de estar apostadas y manipuladas...

Sin cariño ni cuidado.

 

Rotas, increíble sí pero están rotas.

Calientes, melladas, secas.

Disparando sin cariño, matando sin ganas.

Cansadas de dedos bruscos y frías cámaras.

Celosas de los lanzacohetes que siembran A.M.I.S.T.A.D

Que son los siempre los preferidos de los más fanáticos.

Y cuesta mucho menos recargarlos.

Y algunos son más eficientes y baratos.

 

Por eso es normal que ya no tableteen como antes.

Que la madera se oxide y que disparen sin dar señales.

Sin dar siquiera unos segundos de cortesía.

Es normal que disparen a veces a niños.

O que estos las tengan en su manos y se crean poderosos.

Pobres tontos que no pueden oírlas llorar.

Que no ven como tiemblan sus cargadores.

Que no perciben que ya no encajan bien en sus afustes.

 

Las pobres no saben hacer otra cosa que disparar.

Sin pararse a pensar sobre su angustia.

Abriendo fuego a veces por la culata, matando a la mano áspera y la cámara.

Quedándose sola y tirada, hasta que ceda el cargador.

Y sea lanzada a la basura, reciclando con suerte su ira.

Para mejores modelos, acerados y que matan con una sonrisa.

Hasta que se tuercen y no son capaces de liberar...

La tensión que llevan dentro y las consume más y más.

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