Al son de tambores cósmicos.

Mi ser vive a caballo entre dos mundos.

Ambos girando en profunda armonía.

Siempre en calma, evitando entrar en tempestad.

En uno, no soy más que un mero espectador.


Siempre observando la maravilla microcontenida...

en cada segundo, el mejor y más soñado espectáculo.

No hay dos hojas iguales, no hay dos gotas gemelas.

Es la rave definitiva organizada por el colectivo Madre Naturaleza.


Este mundo es rígido, con indoblables leyes que desconozco.

Pero sé que no puedo ver más allá del firmamento.

Ni saltar más alto que la altura de un perro pequeño.

Los sentidos son limitados, pero hay todo un reino ahí dentro.


Este mundo me alberga contenido en un pequeño y constante recreo.

El otro lo albergo en mi interior y está teñido de anhelo.

De tomar las herramientas del creador y dar forma a un paisaje nuevo.

Estampado en varias mentes que se rozan hasta entrar en contacto.


En ese mundo hay cielos nuevos, rebosantes de estrellas.

Marañas lumínicas de singularidades cósmicas y lunas arcanas.

Poderes colosales que prenden en llamas galaxias enteras.

Y dimensiones extrañas conectadas entre sí por praderas eternas.


En uno decido soñar, en el otro me he visto obligado a cincelar historias.

Poco importa si estoy durmiendo, corriendo por mi vida o pelando zanahorias.

Los cantos de sirenas imposibles atraviesan distancias que se antojan eternas.

Y siempre acudo a la llamada, sin importar como estén las cosas más allá de sus fronteras.


Del que especto surgen ideas geniales para plasmar en el lienzo.

Montañas que se hacen playas, granos de arena son ahora llanuras saladas.

Y en el fondo todo sucede mientras bailo al son de tambores cósmicos.

Todo se crea a su son, incluso yo, que soy creador eterno.


Que nunca se detengan.

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