Mi tumba de hielo.

Dribja recobró la consciencia y el dolor la golpeó en el vientre como si la hubiera atravesado una bayoneta. La joven abrió los ojos entornados y vio rojo sobre pequeñas motas blancas. 

Nieve. 

Trató de mover los brazos pero el arnés de seguridad se había enredado, dejándola atrapada e indefensa mientras la nieve se acumulaba sobre el mamparo de su bípedo. La joven piloto sentía un dolor horrible en el cuello y al descubrir su prisión, pataleó con desesperación. Sin embargo, se arrepintió de inmediato, pues el horrible dolor que sentía en su vientre se agudizó hasta arrancarle un grito amortiguado por su casco de combate.

Cuando la sensación se mitigó, bajó la mirada y un escalofrío le recorrió la columna al ver un fragmento de blindaje hundido en su tripa. El grueso blindaje del bípedo la había salvado... pero a cambio la deformación causada por el impacto estaba ahora hundida en su vientre.  

¿Voy a morir?¿Es este el anunciado final? ¿Donde están las estrellas de Edona? ¿Donde está el camino hacia la casa de mis padres? ¿Por qué hay nieve también en la tierra del sol eterno? No. Esto no puede ser  Última Travesía. Este dolor... el dolor solo pertenece a los vivos.

 Entonces, estoy viva. ¡Estoy viva! Lección número 5 del manual de supervivencia para el soldado de la unión: Si no estás muerto, sigue luchando. El cese del servicio procede únicamente cuando tu corazón deje de latir y tus méritos te hagan merecedor de Última Travesía. Entre tanto, tu vida es nuestra. Gloria a la Unión Greffdayana!

 
Repitiendo aquellas palabras de forma mecánica, comprobó las lesiones en sus manos y brazos y los descubrió ilesos. Con un suspiro de alivio recompensado por varios latigazos de dolor, tanteó hasta encontrar los seguros del arnés y los retiró con un chasquido. El dolor abrumador se multiplicó cuando el arnés se desprendió y su espalda impactó contra el asiento. La sangre cálida salpicó el traje de combate al separarse del blindaje y Dribja gritó con más fuerza de la que había gritado nunca. Su visión se nubló y perdió el conocimiento entre gemidos de agonía.

La sensación familiar de dolor la acompañó en su despertar. No debía de llevar un minuto inconsciente y comprobó que había despertado por las drogas estimulantes de emergencia que inyectaba su conector directamente a la sangre.

Veo naranja. Nidramafine. ¿El sistema sigue activado? Por qué no estoy muerta entonces? No. Esas preguntas no sirven para alcanzar tu objetivo. Las drogas que corren por mi sangre  pueden ser de ayuda pero no durarán mucho... !Es hora de moverse! Arriba saco de sebo! Recuerda las palabras de Corabali Kattun: "¡El dolor se va a golpes, novata! ¡Aprende a sufrir para descubrir como sobrevivir!". Maldito necio. Seguro que ahora está muerto.


La sangre manaba abundantemente de la herida y ya empapaba las mallas de combate de la joven. Dribja ignoró la visión borrosa y apretó con fuerza la zona ignorando el intenso dolor que se extendía como una corriente eléctrica por todo su cuerpo. Los estimulantes le proporcionaron la fuerza suficiente para ponerse en pie a costa de enredarse con los cables plásticos del conector, desconectándolos violentamente. 

Apenas sintió la punzada en su brazo al desconectarse el sistema y cuando consiguió aferrarse a los restos de la barra de choque del bípedo, reparó en que el sistema de Preservación de Secretos se había desconectado.

Como imaginaba, el sistema está desconectado. Suerte y un plato con carne para mí por seguir viva. Pero ahora tengo que salir de aquí y borrar los restos yo misma. Aun estando cerca del final, siguo siendo... No, ahora más que nunca, soy un soldado de la Unión. ¡Cumpliré para ganarme mi derecho a cabalgar por siempre con Edona!

 
Durante un instante, se sintió tentada a quitarse el casco de combate dañado y lanzar un grito de desafío. La sangre fría y el temple militar  no obstante se impusieron con dureza, recobrando el control y soltando uno de los brazos, bien asidos para mantenerse en pie, para golpear con fuerza el astillado cristal delantero. A pesar de la protección del traje de pìloto, terminó con la muñeca casi dislocada antes de arrancar la mampara con una fuerte patada.

Sin embargo, el coste de la maniobra le salió caro. El desgarro del vientre la castigó con dosis más altas de agonía y el impulso de la patada la hizo soltarse y caer contra el cristal helado que acababa de arrancar. Por suerte, aunque astillado al extremo, el cristal no se partió en mil pedazos en su caída y gimiendo, Dribja se puso en pie con dificultad mientras su visión anaranjada se diluía y comenzaban a aparecer perlas blancas. Sobre el campo de batalla, la nieve se arremolinaba arrastrada por el gélido viento invernal, cubriendo los cadáveres bajo un velo blanco que en pocas horas no dejaría marca alguna que pudiera indicar lo que yacía dentro de una tumba de hielo.

Mi tumba de hielo...

Con la mano taponando como podía la herida y el corazón latiendo con fuerza en el pecho, la piloto se abrió camino por el campo de batalla colina arriba. Tras avanzar hasta la cúspide sin que nadie abriera fuego contra ella dedujo que la batalla había terminado. La amargura de la derrota inundó su interior y durante varios minutos permaneció inmóvil, mientras la vida se escurría gota a gota de su cuerpo, contemplando el horizonte.

Restos de bípedos y armaduras I.N.K se desperdigaban por el campo de batalla sin otro dueño que la monstruosa tormenta que se acercaba desde el norte. Los escasos supervivientes de la escaramuza debían haber abandonado la zona para guarecerse de la ventisca que se aproximaba. Y en su ausencia, la escena resultaba melancólica e incongruente. Sin nadie para reclamar la victoria, ¿para qué había servido la batalla?. Aunque los Ecceter y sus abominables costumbres desconocían virtudes como el honor y el sacrificio, para una mujer como Dribja resultaba casi doloroso observar el estado patético del campo de batalla.

Sin gloria, sin canciones. Sin un estandarte o marca que ondee al viento... solo un montón de cobardes que huyen sin honrar el sacrificio de los que han dado su vida. Pues bien, sigo viva y eso significa algo. No puedo resistir la tormenta que se avecina ni tampoco sanar el desgarro del vientre.

Usando una mano, desabrochó los seguros y se quitó el casco, dejando su melena cobriza al viento y sintiendo el intenso helor que empeoraba con cada minuto que pasaba.

Pero puedo emplearme con lo que tenga para ser bien recibida al otro lado. Puedo tomar el estandarte de la división y hacer que ondee en lo alto. Por los caídos, por mi alma. Por el honor.

Por la Unión.

 
Con este pensamiento echó a andar colina abajo, encorvándose para hacer frente a las ráfagas heladas que barrían el entorno arrastrando grandes cantidades de nieve. Con el efecto de las drogas ya casi agotado, cada paso era más lento que el anterior y la escarcha comenzaba a formarse en su pelo cuando alcanzó el bípedo del capitán del división al pié de la colina. Tanto la cabina como el fuselaje estaban totalmente destruidos y Dribja se preguntó si semejante daño era consecuencia del ataque enemigo o si se trataba de la activación del sistema de preservación de secretos del bípedo.

No obstante, aquel pensamiento no la perturbó más que unos instantes antes de comenzar a forcejear con el estandarte que colgaba encima de la cabina ahora rígido por el frío letal que se incrementaba a cada minuto. Trató de desenganchar el soporte de la base pero esta estaba totalmente congelada y la soldado, tras un forcejeo agotador, resbaló de los restos de la cabina y cayó al suelo.

Y aunque lo intentó, no pudo levantarse.

Sus piernas apenas respondían, aunque sentía un ligero hormigueo por encima de la rodilla. Al caer, se había atravesado el muslo con un fragmento retorcido de metal sobresaliente y ahora la sangre manaba abudantemente de la herida. Dribja no lo sabía pero su cuerpo ya había comenzado a ceder al dulce sueño que es la muerte por congelación. Pero la soldado, obstinada por nacimiento y elección, se resistió. Agitó los brazos y trató de incorporarse pero terminó boca arriba mirando al cielo. Donde la monstruosa tormenta formada por grandes cúmulos de nubes de bordes plateados se alzaban como mastodónticas bestias a punto de aplastarla. De engullirla y sepultarla para siempre bajo el abrazo de aquellas nevadas eternas que avanzaban sin pausa desde el norte.

No oyó el disparo ni tampoco sintió la bala que se alojó en su cabeza, atravesándola hasta detenerse cerca de la boca del estómago. No sufrió dolor alguno y tuvo una muerte dulce y plácida. Afortunada para los estándares de las numerosas guerras que libraba la Unión. Sus últimos pensamientos fueron dedicados a un cuenco caliente de haldá del primer ejército. Durante un instante, casi pudo aspirar el olor dulzón y picante del guiso y ver a muchos de sus compañeros, incluso a los que, como ella, estaban muertos.

Pero aquella ensoñación duró apenas un instante. Y tras un único espasmo, Dribja ya no vió nada más.

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