El Ladrón del Sol.

Llegó del cielo, caído como los antiguos lagartos alados. Sus cabellos eran de fuego y los ojos pozos negros sin fondo, de los que emanaba el hedor de un carnicero. Alto como diez grandes árboles, allá donde pisaba la tierra se consumía en las llamas de su presencia, allá donde mirase la muerte afloraba con generosidad y en la noche del Último Sol, aterrizó con fuerza convirtiendo en humo el antiguo mar.

No caminó y dicen que permaneció arrodillado hasta que abrió sus alas de piel. Contra las que los reyes del pasado lanzaron flechas, lanzas y rocas. Todo parte de un vano intento por detener lo que no podía ser detenido, aferrándose desesperadamente a los cantos sobre el destino y la gloria de sus grandes casas. Los testimonios narran que seis reyes trataron de negociar y seis reinos ardieron hasta las cenizas. A su vez, doce alzaron sus espadas y once se inundaron con su propia sangre. Se dice también que tres huyeron y que uno abandonó este mundo pactando con un ser procedente de otro mundo.

Lo único cierto es que el Ladrón voló. Y el mundo sufrió por ello.

Llegado a su destino, mató al pájaro que custodiaba al avatar del sol y puso en fuga a la diosa lunar, que aterrada, se ocultó bajo las aguas en lo más profundo, para nunca regresar. Sin reparar en nada más, atrapó al avatar entre sus brazos y ascendió a los cielos, para no regresar jamás.
Sin embargo, sus garras estaban clavadas en el mundo y con él ascendió una gran parte. Como si de una burla de los meteoritos se tratara, arrastró su inesperado trofeo hasta que, finalmente, se liberó de él.

Dejando a Korven flotando en la deriva del abismo infinito. Donde los que seguía vivos soportaron tres días de total oscuridad. Momento en el cual El Trono cayó del cielo, regio y más antiguo que el mundo que lo albergaba. Una débil luz titilante que espantó la oscuridad y la convirtió en sombra.
Atraídos por el Trono, las almas de los que dejaban la prisión de la carne moraban en su interior, alimentando y siendo alimentadas por la luz que ilumina Korven con un eterno crepúsculo. Así permanece, enclavado en la cordillera montañosa sin nombre que se alza sobre el abismo. Donde nadie capaz de tirar de sus enormes puertas puede alcanzarlo.

Donde nadie puede recoger la mítica Corona de Sol.

Un tesoro del que se dice que haría volver la vista al que nos arrancó del mundo. Regresaría entonces de nuevo ante sus adoradores pero no encontraríamos dicha. Porque la vida no mora dentro de sus cuencas negras y sus pasos nos convertirían en cenizas.

Oran desde entonces para que siga lejos. Pactando con dremonird y otras criaturas, pagando con sangre y cordura cada minuto que Korven sigue vagando sin rumbo, inmerso en su eterno atardecer.

Oh Ladrón del Sol, Arrebatador de la Vida, Calamidad de las Estrellas! Vuela lejos, te rogamos en nuestro dolor! Alto y raudo, no mires atrás! Olvida el tesoro que dejaste y busca la vida de otra luz en lo alto! Reclama antes a todas las demás que brillan en el firmamento antes de regresar! Y solo entonces, cuando todo se haya apagado, regresa a tus hijos y sé el alivio final de los que imploran tu destierro!

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