En las mareas del terror.

En la lejanía, se podía ver a un niño, a nuestros pies.
Ahogado por la lluvia de deseos y la marea de la aventura.
Su cara, hinchada en el violeta amoratado de los esperanzados.
Y las heridas, exangües, de la ilusión del conquistador.

En las rocas, de los relojes negros solo quedaban los cristales.
Y aún así, seguía girando la gran e invisible manecilla.
Que empujaba, empujará y empuja a los ciegos.
A la realidad más descarnada del dolor.

Como ese niño, de cuya muerte todos somos culpables.
También tú! Que te cubres con el velo de la inocencia!
Y tú! Que blandes la guadaña de los falsos indignados.
Y yo... con los ojos todavía inmersos en el horror.

Sigamos así, siempre adelante por este laberinto de cables.
Buscando con desesperación el sentido de esta locura.
Tarde o temprando, romperemos todos los relojes negros...
Tarde o temprano, seremos ese niño ahogado en las mareas del terror.

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