Das (5)



Ciudad Muerta.

-Cuanto dices que lleva ardiendo el Complejo?-

-Poco antes de que comenzara el Pulso. En realidad yo estaba librando una torre de la periferia y vi muy bien como las llamas abrasaban el Complejo y los Campos de Seda. Desde la torre…-

-Y dices que son llamas azules?  No te habrás pasado con los Ácidos? Recuerda que la última vez estuviste a punto de pasar la línea…-

-Gordo! Sé lo que vi!  Llamas azules más altas que las murallas y nubes de Observadores enloquecidos! Algunos se lanzaban contra ellas! Nunca he visto nada igual!-

La raquítica figura de Gordo Engino giró de nuevo la vista hacia la lejana muralla de la ciudad y suspiró. No era la primera vez que subía a la superficie de la ciudad por culpa de las alucinaciones y malentendidos con los chatarreros que exploraban las ruinas de la superficie en busca de algún objeto antiguo que presentase algún valor. Pero aquel era, con mucho, el evento más surrealista y estúpido que había presenciado en sus más de veinte años como enlace con la ciudad subterránea. Y a pesar de que su misión era bullir de ira y reprender duramente al chatarrero por el consumo de Ácidos y otros estupefacientes durante el trabajo, apenas si pudo convocar un cierto reproche en la voz que desaparecía bajo el genuino cansancio propio de aquellos que han terminado por aceptar que dejarse la voz y los nervios no servirá absolutamente para nada. Ese tipo de cosas quedaban para los lameculos y los novatos, cuyos iracundos berridos llenaban los canales de voz hasta que eran silenciados.

-Mira Vidas, no es que no quiera creerte… pero yo desde aquí no veo más que la misma muralla gris que nos separa del Complejo Medusa. No veo llamas, ni tampoco huele a humo... y en cuanto a la figura voladora…-

-Me estás llamando mentiroso Gordo?! Yo no miento! Yo sé lo que vi!-

-Para nada, amigo mío, para nada… pero compréndeme. Ponte en mi lugar, todo eso que me cuentas parece salido de una buena sesión Ácida de esas que tanto te gustan.-

-Pero…- replicó la voz desesperanzada.

-Nada me gustaría más que ver como la casa del ogro se derrumba sobre su cabeza pero yo no veo más que la muralla y la ´´buena niebla`` que ya se levanta.- continuó el viejo enlace- Nada más veo, Vidas, ni nada más veré porque te has vuelto a pasar con los Ácidos y todo está en tu cabeza.-

Silencio sepulcral al otro lado de la radio. Gordo no le dio importancia y prosiguió su sermón con voz monótona y cansada.

-Tienes que dejar esas cosas y centrarte en lo que tienes que centrarte. Eres un buen chatarrero y puedes llegar a ser uno de los mejores de la charca si dejas esa…-

La voz del chatarrero desgarró la radio con un grito seguido de una retahíla de imprecaciones y un gran estruendo que estremeció a Gordo. Alarmado, lo llamó a gritos hasta que con un hilo de voz, este respondió.

-Gordo, por lo que tú quieras, deja de bocinar…- susurró –deja de bocinar por los tres hermanos… Gordo, da la vuelta y vuelve abajo… por tu vida, vuelve abajo y da la alarma…-

-La alarma?!- interrogó el viejo enlace con un escalofrío recorriendo su espalda – Qué sucede, Vidas?!-

Las contestación del chatarrero provocó un fallo en las piernas y la vejiga de Gordo Engino, dándose de bruces contra el suelo…

-Centinelas, Gordo… bajan tres Centinelas…-

Segundos después,  tres sirenas atravesaron Ciudad Muerta… y reinó el caos.

Desde la ascensión al poder de Lord Fa, el noble renegado, todos los chatarreros de Ciudad Muerta se vieron obligados a portar consigo un equipo de bengalas que debían activar en caso de peligro. Al principio, la medida fue acogida con grandes protestas debido al excesivo volumen y peso que ocupaba dicho equipo. La pesada y arcaica caja de bengalas, heredera de tiempos antiguos, resultó un gran estorbo para los chatarreros, que vieron mermados tanto su sigilo como su autonomía. En menos de una decena de Pulsos, todos daban gracias a Lord Fa por la versatilidad y funcionalidad del armatoste. Pues la capacidad de comunicarse sin necesidad de establecer un canal, de forma instantánea, limitó las bajas entre los chatarreros a un mísero 15% respecto al 43% anterior. Y ahora nadie concebía la posibilidad de internarse sin un buen equipo de bengalas en las neblinosas ruinas de la superficie.

El uso de las bengalas era siempre para alertar acerca del peligro. Con un espectro total de seis categorías; desde el peligro menor, asociado al rojo al rango de catástrofe, asociado al verde. Mientras que el primero, era utilizado para señalar lugares inestables o para distraer a un posible competidor interesado en el mismo premio, las cromáticas superiores quedaban reservadas para escapes de niebla o cubiles de criaturas. Rojo, amarillo, blanco, naranja, azul y verde. En los más de veinte años que llevaba implantado el equipo, las únicas bengalas verdes lanzadas habían sido por error, pues la mera visión de una sola de ellas se traducía en un sellado automático de la sub-ciudad y un apagado temporal de los sistemas (Para evitar rastreos). Es por esto que nadie jugaba con el color verde. Pues podías bromear con el rojo, con el amarillo o hasta con el blanco si estabas desesperado o eras una persona cruel… pero la línea azul no era cruzada por nadie a no ser que fuese absolutamente necesario…

Y en este caso, bueno… digamos que fue una decisión unánime.

Pues tres segundos después del sonido de las sirenas, el más terrible de los sonidos imaginables en Ciudad Muerta, en el tiempo mínimo de lanzamiento posible, 126 bengalas verdes cubrían el cielo.
La vejiga de Gordo y de algún que otro chatarrero se liberó por completo.

Los más, dejaron caer todo su equipo y huyeron despavoridos hacia la entrada más cercana, conscientes de que en pocos minutos, estarían atrapados en la superficie, con la sub-ciudad sellada y la más terrible de las muertes garantizada. Otros, principalmente los escaladores que se hallaban demasiado alto como para descender a tiempo, prefirieron precipitarse al vacío antes que ser vaporizados por los Centinelas, dejando escuetos mensajes de despedida en el canal ante de arrojarse a una muerte segura. 

Vidas, el autor de la primera bengala verde, no tuvo tiempo de decidir antes de que la inestable estructura de la torre en la que se guarecía, comenzase a tambalearse de forma preocupante. De forma instintiva, comenzó a arrastrarse fuera del viejo edificio a pesar del agudo dolor que recorría sus piernas, no había sido una buena caída, pensó el chatarrero mientras la planta baja de la torre se hundía sobre si misma con él dentro.

Desesperado, ignoró la cada vez mayor inclinación del terreno y continuó usando sus musculosos brazos para impulsarse hacia la brecha del muro por la que había accedido al ruinoso edificio. El viejo y podrido mobiliario comenzó a deslizarse entre chirridos hacia el cada vez mayor agujero que revelaba un inundado y decrépito sótano que parecía llamar entre crujidos y chirridos a sus amantes, el primer y el segundo piso, ahora que la planta baja no se hallaba en disposición de detenerlos. Estos últimos, complacidos, iniciaron un suave  desprendimiento que terminó por transformarse en un apasionado abrazo hasta el húmedo acto final en el que la torre entera terminó por rendirse al amor y desplomarse, vencida.

Pero para entonces, el chatarrero ya se encontraba lejos del peligro de morir por aplastamiento romántico. Cosa que apenas le importó, concentrada su mente en problemas más acuciantes. En primer lugar, la inminente amenaza de los Centinelas, que aunque solo habían bocinado una vez, debían encontrarse ya muy cerca. En segundo lugar, sus piernas, cuya fractura era evidente a juzgar por el dolor, anulaban cualquier posibilidad de huida del nefasto destino que ahora se perfilaba cada vez más negro sobre él.

-Saras!-maldijo con furia, al verse atravesado por un estallido de dolor procedente de sus maltrechas extremidades. –No quiero morir- susurró a nadie en particular mientras trataba de alejarse de la muralla por la desolada calle. –No quiero morir… no quiero morir…- repetía de forma incesante como si de una letanía sagrada se tratase. –Oh no, por favor, Abuelo, ayúdame a encontrar el camino a casa o haz que todo termine rápido… pero por favor, no dejes que me cojan los Centinelas, cualquier cosa menos los Centinelas… no quiero morir… no quiero morir…-

En respuesta a sus ruegos, tres gruesos tentáculos de una aberración neblinosa surgieron de entre una pila de escombros cercana y se cerraron de forma delicada sobre su cintura. Atrayendo lentamente el cuerpo del infortunado chatarrero a las pacientes fauces que aguardaban enterradas la llegada de la primera comida decente en meses. Los susurros desesperados se tornaron imprecaciones y aullidos sorprendentemente agudos que gritaban al espíritu protector de Ciudad Muerta:

-Por las orlas de tus huesos! No me refería a esto! No me refería a esto! –aullaba mientras trataba de aferrarse inútilmente a los grandes cascotes de una pared derruida. La tensión cedió durante un instante, antes de arrancarlo de su asidero con un tremendo tirón que le hizo avanzar un par de metros. Hallándose ya a mitad de camino de la hambrienta criatura.

Gordo Engino, por su parte, tenía sus propios problemas, que pese a ser de una naturaleza muy diferente, no eran menos preocupantes ni urgentes que los que afrontaba Vidas. Por un lado, la inmediata pérdida de su escuálido brazo derecho. Por el otro, la posibilidad de perder algo más a manos de la fuente principal de sus problemas actuales, Das.

Al principio, el viejo enlace no consideró siquiera la posibilidad de que el loco relato de Vidas contuviese siquiera un ápice de realidad. Por ello, cuando contempló como la tambaleante figura envuelta en llamas azules se acercaba a él lentamente, solo pudo reaccionar desenfundando su ballesta de mano artesanal y clavando un virote en la pierna derecha de la criatura, que para su horror, salvó los más de diez metros de escombros que los separaban  en apenas un instante, segando limpiamente el brazo que sostenía la ballesta a la altura del hombro  con una precisión quirúrgica.
Gordo Engino se desplomó atónito, mirando de forma alternativa el brazo y la criatura que ahora lo fulminaba con una mirada que solo podía identificar como el más puro odio. Envuelta en un halo de llamas blanquiazuladas y con la mente sumida en el caos más absoluto, Das contempló como la deforme criatura alzaba una extraña arma rudimentaria que apenas causó un pequeño brote de dolor en su pierna derecha. 

Pero un pequeño brote de dolor fue suficiente para que deseara hacerle daño.
E instantes después, la criatura la miraba con el terror marcado en sus numerosos ojos mientras se aferraba el lugar donde segundos antes había habido un brazo, restando ahora un muñón calcinado que la mano restante aferraba con furia.

El viejo enlace contempló los cuernos de la llameante criatura con una mezcla de asombro y terror. Había oído hablar de aquellos seres muchos años atrás, cuando no era más que un Diligente de la zona 103. Anomalías genéticas, los llamaban, entidades disonantes del código de esencia de los Diligentes comunes que presentaban terribles mutaciones o extraños poderes, los cuales se manifestaban de forma imprevisible y peligrosa. Los mensajes informativos y el protocolo instaban a denunciar la existencia de aquellos seres a la menor sospecha a cambio de una jugosa recompensa que Gordo Engino nunca había podido reclamar. Aunque en caso de haber podido hacerlo, probablemente hubiera rechazado al instante la idea de entregar a un miembro de su especie, por terrible que pudiera ser, a los Supervisores de la zona 103. Gordo había sido siempre un Diligente con ciertos principios.

Das aguardó a que la horrible criatura atacara de nuevo, preparada para devolver el golpe, como había hecho antes con las tres aberraciones neblinosas que habían tenido la mala suerte de cruzarse en su camino. Sin embargo, para su sorpresa, la horrible criatura emitió un gorgoteo que ella interpretó como una voz:

-Vienen… a por ti… no?-

Das permaneció en silencio unos segundos mientras consultaba con la aullante voz de su cabeza qué hacer. –Mátalo! Despedázalo!- aullaba una y otra vez –Te ha herido! Nos ha atacado! No merece piedad! Nadie en esta esfera merece piedad!-. ella asintió y alzó de nuevo la espada, lista para castigar a la repugnante criatura que había osado herirla. Cuando una nueva voz en su interior se impuso a los aullidos durante un instante.

-Dale una oportunidad, querida.-

-Qué?-

-Tal vez no sea tan malo como aparenta. Todos cometemos errores, no?-

La voz sonaba calmada y distante, como si hablase desde una gran distancia por medio de una tubería. Y aun así, suficientemente poderosa como para sofocar los aullidos asesinos que demandaban la sangre de la criatura, al menos mientras hablaba.

-Quién eres?- preguntó Das con curiosidad.

-extraña pregunta teniendo en cuenta que me mataste hace menos de un Pulso.-

-Eres una de esas criaturas que me atacaron antes? Como has conseguido meterte en mi cabeza?- interrogó movida por la curiosidad.

-Una aberración neblinosa? No, no, visto mi aspecto anterior, no puedo negar que fui una aberración corrupta y decadente, pero siempre tuve más clase que esas criaturas que se arrastran entre la niebla. En cuanto a cómo es que estoy dentro de tu cabeza… no tengo respuesta. Aunque debo decir que no se está nada mal, si quitamos al asesino aullante que empaña ligeramente la estancia.-

El caos mental pareció retroceder unos instantes antes de embestir de nuevo  con renovada furia, pero tras unos instantes de demencia absoluta, la nueva voz regresó algo más débil que antes para preguntar.

-Esto siempre es así? –

-El que?!- chilló Das tratando de imponerse al aullido homicida.

-Este caos absoluto que gobierna tu mente. Siempre ha estado todo tan confuso? Todas las mentes de los Diligentes serán iguales?- preguntó la voz más para sí misma que para la confusa joven.

A decir verdad, llamar confusión al estado mental de Das era un gran eufemismo. Caos devorador es un nombre más correcto y ajustado para este estado mental, si es que se puede denominar como mental el espectro vital que ocupaba dicho estado. Todo había comenzado en el momento en que Das recobró la consciencia, instantes después de saltar al vacío neblinoso de color amarillento que rodeaba ciudad muerta, un centenar de metros más abajo.

Lo primero que intentó hacer fue gritar, pero sus labios permanecieron rígidos. Y en el más absoluto silencio, aterrizó con presteza entre los vapores venenosos que emanaban de las entrañas de la tierra, nublando su vista por completo con una densa capa de amarillenta niebla. Tras recuperarse del shock inicial, los recuerdos anteriores la alcanzaron como una jauría ávida de sangre, reviviendo el final de Shaladanh una y otra vez con un sentimiento de fruición rayano en la locura. Trató de debatirse, pero la jauría la envolvió en una nube de matanza y agudas sirenas que pronto deformaron la realidad, convirtiendo el desolado paraje en la ardiente sala principal del Complejo Medusa, donde un ardiente Shaladanh la señalaba con sus mustias manos humanas y el ojo fijaba la vista en ella con gesto acusador.

-Tú has hecho esto…- resonó la jauría en su mente. Ella asintió, abrumada.

-Los has matado a todos.- continuó la jauría. Ella volvió a asentir.

-Y lo has disfrutado…- acusó. Ella asintió por tercera vez.

-A cuantos más quieres matar?- preguntó una voz muy distinta al aullido de la Jauría. Ella sonrió antes de contestar.

-A todos.- la fría risa llegó hasta ella desde más allá del cuerpo calcinado de Shaladanh.

-Sea pues. Mátalos a todos, alimenta tu misma a tus perros.- En las puertas de su mente, la jauría aguardaba expectante. Ella, silbando las notas de la locura, abrió todas las puertas.

Y el caos comenzó.

Ya no se hallaba en Ciudad Muerta, ahora caminaba por angostos corredores cambiantes cubiertos de tentáculos espinosos y ojos resplandecientes, atrapada de nuevo en el Complejo Medusa. Tambaleándose, avanzó por entre el tóxico vapor amarillento, aunque ella solo veía una tenue iridiscencia verde proveniente de los miles de ojos que la observaban, acusadores. Atravesando un ambiente que mataría a un ser común en cuestión de segundos, las pocas aberraciones neblinosas curiosas que se acercaron a explorar, fueron convertidas en cenizas por el intenso calor que emanaba de la criatura intrusa que ahora se abría paso por su territorio. Con la caída de la tercera, la curiosidad de las aberraciones desapareció por completo, por lo que las pocas restantes que continuaban acercándose decidieron sabiamente huir despavoridas de aquel avatar ardiente que atravesaba su territorio por alguna razón más allá de su comprensión. Perdida en los interminables corredores repletos de curvas imposibles y escaleras de caracol hechas de hueso, abandonó lo que los habitantes de Ciudad Muerta llamaban ´´la buena niebla`` y se internó en las imponentes ruinas de piedra y acero que se alzaban decrepitas pero orgullosas contra el siempre gris cielo de Megapolis.

Una cosa importante a destacar de la esfera de Megapolis era su firmamento, o en realidad, su carencia de él. Sin importar a la que hora que mirasen, los habitantes de la ciudad solo contemplaban una masa informe de aspecto grisáceo que a veces era salpicada por pálidas nervaduras amarillas. Día y noche eran conceptos incomprensibles para los habitantes de un lugar en el que el tiempo era marcado por un pulso invisible de energía que provocaba un escalofrío por todo tu cuerpo e indicaba que la monstruosa máquina del progreso volvía a estar hambrienta. Muchos nobles, especialmente los que habían contemplado las doce perlas de Tormenta o el Ojo de Fundición, fantaseaban con la idea de averiguar que se ocultaba tras los tupidos y oscuros cielos de Megapolis. Todos aquellos que expresaban su deseo en voz alta, eran, sin excepción, ´´revisados`` en busca de más transgresiones y multados por ´´desprestigiar a la ciudad``. Aunque en secreto, el Consejo Nobiliario seguía con gran interés los avances de uno de los dispositivos más prometedores del noble  M-12 al respecto.

Por ello, una de las cosas que más llamó la atención a la criatura fue el amarillento tapiz celestial de Ciudad Muerta. Y es que a causa de ´´la buena niebla``, que pronto cubriría de nuevo toda la ciudad, el cielo de Megapolis presentaba aquellas extrañas nervaduras amarillentas, compuestas en esencia, por el mismo vapor nocivo que terminó con la antaño floreciente ciudad que fue Ciudad Muerta muchos años atrás. Durante unos minutos, Das contempló hipnotizada como la niebla ascendía en delicadas y etéreas espirales hacia los cielos, dejando tras de sí un vapor más intenso que burbujeaba perezoso en las numerosas grietas visibles tras la retirada de la niebla. La tierra que había atravesado hacía escasos minutos presentaba una tonalidad blanquecina y enferma y Das, que ahora cabalgaba entre la ilusión y la realidad, se alegró de que la niebla hubiera cubierto el infecto paisaje por el que enormes cuerpos deformes dotados de gruesos tentáculos se abrían paso hacia su posición, conscientes ahora de que el calor que emitía la criatura ardiente había cesado o al menos se había reducido lo suficiente como para que la exploración resultase segura.

La primera de las aberraciones envolvió el cuerpo de Das durante un segundo antes de soltarlo con un silbido agudo y rodar colina abajo aturdida. Varias criaturas similares envolvieron a su atontada compañera y la despedazaron en medio de chillidos de excitación. Una segunda la alcanzó mientras trataba de huir de los filamentos de un calcinado Shaladanh, atravesando su espalda con un apéndice rematado en un afilado aguijón. Apenas sintió dolor pero la jauría se abalanzó sobre la criatura, descargando una lluvia de golpes que la redujo a un asqueroso amasijo de pulpa morada. Nuevamente, sus compañeras no tardaron en abalanzarse sobre ella  para aprovechar los restos y ser atacadas sin piedad, a su vez, por sus compañeras.

La tercera tomó carrerilla y de un potente salto gracias a dos patas escamosas logró derribar a Das. Sin embargo, antes de que pudiera pensar siquiera en hundir su largo aguijón para rematar a la criatura, la jauría se incorporó con furia para segar por la mitad a la atrevida aberración, para deleite de sus cada vez más numerosas compañeras, que con su semi- inteligencia comprendieron que seguir a la criatura conllevaría más comida. Por lo que, salvo alguna pelea ocasional que desembocó en canibalismo, la marcha tras la criatura se desarrolló de forma pacífica.

Y de esa forma continuaba actualmente.

Debido a su poco práctica anatomía, la marcha de las aberraciones tras la criatura llameante había sido lenta y exasperante para la mayoría de las integrantes. Que ahora se acercaban infatigables hacia Gordo Engino con las mejores intenciones. El viejo enlace gritó cuando la primera de las aberraciones hizo acto de presencia surgiendo de una fétida charca situada a un par de metros de la inmóvil anomalía genética, cuya mirada vidriosa perdida en el infinito era un reflejo perfecto lo que acontecía en su interior.

La jauría aulló en señal de advertencia.

-Querida, detrás de ti tienes asuntos que atender. Nuestra charla puede esperar.- se despidió la voz antes de que el aullido homicida regresase de nuevo.

-Espera! Dime quién eres?!- gritó ella inútilmente- Dime quien eres! Por la sangre de Yosara! Basta!- aulló, tratando de imponerse a los aullidos de la ansiosa y demente jauría.

En el mundo físico, las cosas empeoraban.

La primera de las aberraciones silbó excitada al visualizar con sus múltiples ojos lechosos a Engino y comenzó a avanzar hacia él mediante pequeños saltitos en medio de una algarabía de alegres chillidos provenientes del otro lado de la charca. A Gordo se le erizaron al instante los escasos pelos que aún le restaban en el cuerpo y trató de alzar el brazo para abrir fuego con la ballesta. Tardó un par de segundos en comprender que ya no poseía ni la ballesta ni el brazo con el cual trataba de disparar, por lo que, tras soltar un agudo chillido, comenzó a arrojar cualquier cosa disponible que pudiese levantar con su mano restante. La aberración no pareció molesta ante la lluvia de piedras y restos metálicos que su histérica presa arrojaba sobre ella, con gran delicadeza, extendió los largos tentáculos y ejecutó con maestría una suave pero firme presa que inmovilizó por completo a su revoltoso plato principal. Gordo trató de resistirse pero fue inútil, sus mermadas fuerzas ya no respondían y el único arma disponible yacía…

Su mente se iluminó. El arma de la anomalía.

-Córtalos!-gritó-Córtalos, por la gloria del Abuelo!-

La jauría ahogó por completo la voz del enlace.

-Basta! Dime quién eres! Quiero saber quiénes sois! Todos vosotros! Revelaos! – 

-Córtalos! Por favor, córtalos!-

-No pienso cortar nada hasta que no me digáis quienes sois! Quiero respuestas! Callaos!- aulló hacia la jauría.

En medio de un caos de imágenes, sonidos y extrañas sensaciones imposibles de describir con palabras corrientes, la jauría se revolvió furiosa y arremetió contra Das que se vio zarandeada y estrellada contra oscuros recuerdos y terribles pesadillas. En un instante, era devorada por un ávido y babeante Shaladanh, sintiendo como su carne era desgarrada, masticada con furia y digerida en medio de ácidos estomacales entre los cuales flotaban miles de cuerpos que la miraban con una mezcla de horror y tristeza. Instantes después, un Instructor sin rostro la abofeteaba repetidamente, para después afeitar por completo su ardiente cabellera y obligarla a contemplar cómo esta era reducida a cenizas. Poco después, su cabeza parpadeaba estúpidamente unida a una larga protuberancia que surgía de la escamosa masa principal de Shaladanh. Los delicados y finos filamentos respondían a su llamada y llenaban su boca con nutritivos fluidos provenientes de nuevas ofrendas que aguardaba con avidez. Instantes después, se hallaba de nuevo en el apartamento en el cual su padre había sido vaporizado y contemplaba la mancha negra que era todo cuanto quedaba mientras Shaladanh aplaudía tras de ella.

-No! No! Basta, basta! Por la sangre de Yosara! Basta…- sollozó sin lágrimas mientras veía como el campo de seda la atrapaba y arrastraba hacia su interior, donde un hambriento Shaladanh le aguardaba.

-Te rindes?- preguntó la voz fría y aguda mientras tres Centinelas vaporizaban a Das en una nube roja que no tardó en caer de nuevo sobre los cuerpos que yacían entre los jugos gástricos de Shaladanh. 

-Sí… me rindo… me rindo… pero por favor… por favor… haz que se detenga! Páralo!- suplicó desesperada.-

-Lo haré, tienes mi palabra, pero antes, debes decir lo que yo diga…- respondió con suavidad la fría voz.

-No lo hagas, querida. O este círculo no terminará nunca.-susurró desde la lejanía la calmada voz. Por algún motivo que no alcanzó a comprender, esta vez le resultó desagradablemente familiar, provocándole un profundo escalofrío que recorrió una intangible columna vertebral. Aun así, pudo sentir la veracidad de sus palabras golpeando su interior. Familiar o no, la voz tenía razón, si cedía, aquel caos no terminaría nunca.

-Tú no tienes poder alguno aquí, dilo.- exigió la voz fría, que parecía no haber oído nada.

-Repite conmigo querida. Dada, Floridada, Dada, Floridada.-

Das obedeció. Ignorando con gran esfuerzo las fauces de Shaladanh sobre su garganta.

-Dada, Floridada, Dada, Floridada.-

-Qué?  Que estás diciendo?- interrogó la voz fría con una nota de desconfianza.

-Floridada, Floridada, Flor, flor, flor , flor, floriDa, Floridada, Floridada…- canturreó la voz.
Das repitió con esmero cada una de las palabras que susurraba la lejana voz, formando una suave y extraña cantinela que, lentamente,  comenzó a imponerse al caótico aullido de la jauría.

-Que estás haciendo niña estúpida?! Detente ahora mismo!- exigió la voz fría –Detente ahora mismo y alimenta a tus perros! Son tus perros!  Tú los has llamado y con mi ayuda tú debes…-

-No- respondió Das sin abandonar la canción.

-No?! Qué te hace pensar que tienes elección, niña estúpida?! Crees acaso que eres importante, crees que puedes negarte a someterte sin más?! Yo te mostraré lo que sucede cuando…-

-No. Te irás ahora mismo.- sentenció con voz divertida, arrastrada por la canción. –Eres muy desagradable…-

-No te atrevas perra ingrata! No te atrevas a decirme que es lo que debo hacer!- vociferó.

En silencio, la jauría aguardaba. Clavando cientos de espectrales ojos carmesíes en los dos contendientes.

-Tus palabras son muy poderosas, querida. Sigue así.-

-Vete. Coge a tus perros y vete.- exhortó Das a la fría voz que ahora se debatía en un oscuro rincón poblado por pesadillas.

-No! No son mis perros! Son tuyos! Tú los has llamado y no se irán solos (Carcajadas)! Te arrastrarán con ellos al abismo del que provienen! –

-Mentira.  Los perros te son fieles, por algo son tu Jauría. –

-Mientes, los perros me son fieles, son mi Jauría.-

-No estás sola verdad?- inquirió la voz con un timbre extraño, silbante y agudo. –Quien se oculta tras de ti en la oscuridad? Es el asesino? – interrogó.

-Vete. Ahora.-

-No respondo ante niñas que se dejan dominar por sus miedos, perra ingrata. Yo nos salvé de aquel monstruo. Si estás aquí es por mí!.-

-Más mentiras. Parece que es lo único que tiene.-

-Basta. Vete.-
 
-Es lo único que sabes decir? No sabes hacer otra cosa que repetir lo que te susurran? Ten algo de educación forajido y déjate ver! Ahora somos hermanos, juntos, podemos… -

La jauría se revolvió, impaciente.

-No es lo único. También sé decir esto…- señaló a la voz y a continuación se dirigió a la jauría.
-Ahí le tenéis, marchaos y  lleváoslo.- ordenó con una voz dura como el acero, muy distinta a su indecisa, titubeante y a veces aflautada voz habitual. 

 La voz fría rió… y su risa se convirtió en grito cuando la jauría reconoció a su dueña y acató sus órdenes. –No puedes!- gritó –Soy todos tus miedos! Soy el combustible de tus pesadillas! Soy…-

-Ahora mismo, no eres nada.- sentenció. El aullido de la jauría se hizo más confuso y lejano hasta que solo resto un eco y un agudo y desesperado grito:

-Por las orlas de sus huesos! Córtalos! Córtalos! Aaaaaahhh noooooo!!!-

-Parece que tienes trabajo querida. En mi caso, si no te importa, creo que me quedaré a disfrutar de este buen silencio un poco más... es realmente agradable.-

-Cla-claro… gracias…-

-Ha sido todo un placer. Por lo que he entendido, si mueres tú, yo volveré a morir… por lo que creo que he cumplido con mi deber…-

Gordo Engino contempló  como la criatura se detenía fugazmente para devorar con gran voracidad su brazo perdido. El viejo enlace gritó cuando la escuálida extremidad desapareció tras las aviesas fauces de la criatura, y volvió a gritar cuando reparó en el éxodo de aberraciones que surgían de la charca frotando los tentáculos y emitiendo chillidos de excitación, aumentando su velocidad para no ser las últimas en acudir al banquete que su nueva diosa les procuraba.

Claro que ahora la diosa resultaba también muy apetecible, pues el calor que la rodeaba se había desvanecido por completo, las llamas que cubrían su cuerpo se habían extinguido e incluso su antaño imponente altura y su retorcida cornamenta blanca parecían haber encogido al menos hasta la mitad de su tamaño anterior. La antaño poderosa diosa ardiente no era ahora más que una niña de larga melena pelirroja que alcanzaba su cintura. Y que contemplaba con creciente horror como sus adoradoras tendían con delicadeza sus gruesos tentáculos hacia ella.

Chas!  Los tres tentáculos de la aberración que estaba a punto de cerrar sus fauces sobre Gordo Engino cayeron al suelo, constriñendo al viejo enlace mediante espasmos mientras este intentaba liberarse. Tras un agónico silbido, la primera de las aberraciones vio caer sobre ella la hoja que seccionó limpiamente su cuerpo a la mitad, partiendo músculos, huesos y órganos como si fueran biogelatina. Un denso liquido morado de olor penetrante se deslizó por la suave pendiente, animando al resto de aberraciones a avanzar con mayor velocidad.

-Aaaaahh… Aaahhhh!... Aaaaaaahhhh!... – jadeaba Gordo, arrastrándose lo más lejos posible de los todavía temblorosos tentáculos. –esto no está pasando… esto no está pasando… esto no está pasando… Aaaaaahhhh! Nooooooo! – chilló cuando un par de tentáculos trataron de asegurarse de que la comida esperase a los invitados. Chas!  Un nuevo silbido y Gordo rodó cuesta abajo envuelto en los chorreantes y espasmódicos tentáculos amputados mientras el mundo giraba a su alrededor. Gritando con toda la potencia que era capaz, el viejo enlace trató de alejarse a gatas de nuevo de una muerte horrible pero en cuestión de segundos, una atenta comensal lo inmovilizó por completo, cortando su respiración.

Gordo se retorció, tratando de introducir el tan necesitado aire en sus pulmones pero la presa de la criatura no hizo más que aumentar más y más hasta que un crujido espantoso llenó  la mente del viejo enlace de dolor. Chas! Su cabeza golpeó contra el suelo pero pudo tomar aire antes de contemplar como la anomalía genética era rodeada por dos aberraciones que, haciendo gala de una sincronización poco vista en su especie, la apresaron firmemente con sus tentáculos, inmovilizándola por completo mientras una tercera aferraba sus piernas.

Das sintió el suave tacto de los tentáculos mientras pugnaba por respirar. Estaba totalmente inmovilizada y aunque la espada yacía a menos de un metro de ella, resultaba tan imposible alcanzarla como esperar que las aberraciones decidiesen perdonar la vida a aquella diosa que les había proporcionado el mayor festín que ninguna de ellas había visto en su vida. Movida por el miedo, se retorció, gritó e incluso trato de morder uno de los tentáculos pero lo que único que consiguió fue que cada respiración resultase más y más breve y costosa.

-Ayuda!- gritó. Pero su voz fue sofocada por los chillidos de las cada vez más cercanas criaturas.
Gordo Engino observó con creciente horror como cuatro comensales más extendían con delicadeza sus tentáculos hacia él, tratando de invitarle a aguardar su turno mientras daban cuenta de su diosa. El viejo enlace esquivó tropezando los torpes intentos de las criaturas que repartían su atención entre atrapar al escuálido segundo plato y avanzar hacia el plato principal al que se ya se acercaban más de una decena de comensales. –Ahora están ocupadas con la anomalía-pensó Gordo- es el momento de huir, lo siento por ti niña…- decidió antes de comenzar a ascender a trompicones por el desolado paisaje. Con un grito, evadió por milímetros el último de los intentos de atraparlo de las criaturas y alcanzó la relativa seguridad que le ofrecían los escombros, donde se desplomó, aturdido.

-A salvo… estoy a salvo…- pensó incapaz de creérselo todavía.  Segundos después, su corazón dejó de latir durante un instante mientras de su garganta surgía el grito más desgarrador y prolongado que había emitido nunca. Y pese a todo, nadie pudo oírlo, ahogado sin esfuerzo por el sonido más terrible de Megapolis. Marcado, en esta terrible ocasión con una inconfundible nota de triunfo.

El Centinela había llegado.

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