Parada de Buena Estenra.

Tomó aire, como tantos antes que ella y se acomodó con los pies colgando sobre el abismo. Exhaló y notó que una sensación de tranquilidad invadía su cuerpo. Sus maestros tenían razón, aquel ignoto y extraño lugar parecía albergar en su interior la capacidad de calmar a su angustiada mente, acosada durante meses por terribles pesadillas acerca de la sagrada misión de los Asustadores. Parecía que su cuerpo y su mente se negasen a aceptar la verdad, manifestando repentinas fiebres y perturbando su sueño con terribles pesadillas en las que el pasado regresaba con una fuerza perturbadora. Ahora sin embargo, y por primera vez en varios meses, el extraño calor enfermizo que había recorrido su cuerpo desde las revelaciones, se había desvanecido. Y no podía dejar de preguntarse cuál era el motivo para semejante portento.

Pues en su búsqueda de paz, había visitado en sus noches de desvelo, lugares tan impresionantes como hermosos y sobrecogedores. Había regresado, impulsada por algún extraño instinto, a la esfera de Pradera, y había contemplado una vez más las infinitas lomas verdes que se extendían hasta perderse en el horizonte. Con cierto dolor, viajó a la esfera de Fundición y desde lo alto del volcán Daszia había contemplado una vez más las violentas explosiones y los grandes ríos de lava en los que tanto dolor descansaba. No pudo evitar que la mayor de las penas le invadiese y en consecuencia, aquella noche regresó a la esfera de Tormenta, donde lloró de nuevo sobre la tumba de aquel querido amigo tanto tiempo atrás caído. Todo había cambiado desde entonces, y no pudo permanecer demasiado tiempo antes de que las ansias de contemplar la esfera de Megapolis la consumieran. Allí, el habitual horror llenó sus ojos de nuevas lágrimas y no tardó en abandonar Xoregan, para no volver en mucho tiempo.

A su vuelta, las pesadillas se reanudaron y las fiebres comenzaron a acosarla con mayor virulencia. Varios maestros, le recomendaron que visitara el pequeño mundo de Narua, donde tal vez hallase la paz que con tanta urgencia anhelaba.

Allí viajó, con la primera luz del alba, para recibir el calor de Jiidu sobre la Cuna de Nire. La canción de Bardo, bondadosa y consciente, la sumió en un profundo estado de meditación que terminó por contaminarse a causa de las exógenas y monstruosas calamidades que la acechaban en lo más profundo de los sueños. Con pesar, abandonó Narua, con la mente angustiada y el cuerpo herido. Sus escasas fuerzas la condujeron de nuevo hasta sus maestros, que no tardaron en dictaminar que cada Asustador debía hacer frente a sus propios terrores por sí mismo. Honrando sus palabras, el maestro Kelzar le aconsejó que optase por una estrategia distinta, -tal vez- le dijo – El terror deba ser aplacado con un mayor terror. Visita el Inframundo Ominoso y obtendrás la calma que buscas-. Resuelta a solucionar la situación por cualquier medio, se dispuso a partir hacia su nuevo destino… cuando la voz del maestro Jax resonó en su interior:

-Tal vez encuentres lo que busques en un lugar remoto que pocos conocen y aún menos encuentran. Un lugar a la deriva entre la inmensidad del simulacro. Algunos lo conocen como La Calma, otros lo apodan el Buen Descanso. Sin embargo, la primera vez que oí hablar de él fue por el nombre de Parada de Buena Estenra. Si existe un lugar donde encontrarás la calma, es ese y no el inframundo ominoso. Si parte ahora, llegarás con suerte a la puesta de los tres soles y entenderás a qué me refiero.-

Así que allí estaba, contemplando como tres diminutos astros paralelos se ocultaban en tras una gigantesca masa rocosa de nombre desconocido. La luz azul, verde y roja otorgaban u aspecto irreal al pequeño paraje que flotaba a la deriva entre Los Vagos Restos. Con un pequeño giro de cabeza, observó como otro Asustador de raza orca caminaba por los escasos raíles que restaban a la vía y se tendía en el borde para contemplar la puesta. No le conocía pero en sus ojos pudo ver como el sufrimiento y el miedo eran sustituidos por la tan buscada calma. Lo que resultaba paradójico, pues el fragmento apenas si presentaba una extensión de un centenar de metros y un ruinoso edificio de aspecto antiguo del que solo quedaba en pie una pared de ladrillos carcomidos por el tiempo. Aun así, la estructura, los viejos raíles y el fragmentado andén no transmitían una sensación de abandono o decadencia, si no una extraña aceptación y la súbita sensación de que todo el trabajo estaba hecho. Aquel mundo, debió de ser un remanso de paz antes de ser obliterado o tal vez, solo aquel pequeño fragmento en el que la única muestra de vida era un pequeño árbol de frutos largos y abombados de carácter ácido y ligeramente picante. Tal vez, algún ser poderoso de los tiempos de antaño, había pronunciado algún tipo de Verdad sobre aquel lugar, resguardando la Parada de Buena Estenra de cualquier mal. Aparte del árbol viejo, los únicos testigos eran el erecto poste metálico que rezaba en letras negras: Parada de buena Estenra, disfruten la visita y… el resto del poste, yacía partido de forma irregular, como si alguna fuerza titánica lo hubiese arrancado de cuajo. Lo cual, pensó ella, tenía sentido, pues se hallaba a pocos metros de su posición, al mismo borde del eterno precipicio.

Con una maravillosa calma recorriendo su cuerpo y calmada su mente. Se alzó con tranquilidad y comenzó a recorrer el pequeño fragmento, probando con despreocupación los frutos del árbol. Un suave ardor se apoderó de su cuerpo y sintió como si alguien estrujara algo que con tal fuerza que terminó por hacerse añicos con un sonido de cristal. Gruesas lágrimas afloraron en sus ojos y la primera tímida sonrisa en meses asomó a sus labios. A su alrededor, le pareció sentir una presencia extraña y sutil a la par que inmensamente poderosa. Un guardián de buen hierro, piedra, recuerdos y esencia que servía a un propósito ya olvidado. Tan pronto como había surgido, el ardor se extinguió y acabó tendida sin saber muy bien cómo sobre la verde hierba cuajada de extrañas flores de aspecto ilusorio, con cuatro grandes pétalos doblados y un centro que emitía una débil luminiscencia. Desde esa nueva perspectiva, observó cómo los miles de fragmentos titilantes destellaban en los cielos. Cada uno con su propia forma y color. Un espectáculo que le hizo perder la noción del tiempo, donde los segundos eran días y los días eran susurros en el viento. Cuando los soles regresaron, resolvió alzarse de nuevo y contemplar el triple amanecer. El orco se había ido y una agradable soledad se extendió por su ser, estaba sola pero no se sentía sola. Los mundos afrontaban una situación desesperada… pero la desesperación no la inundaba. Tal y como Jax le había dicho, había encontrado la calma y un nuevo rumbo de esperanza se perfilaba con las primeras luces del alba…

Con el siguiente amanecer, la calma se tornó determinación. Y se alzó de nuevo con una sola resolución: afrontar la tarea que les había sido encomendada. Salvaguardar el simulacro hasta que la última profecía se viese cumplida.

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