Das. (1)

-Hey…-

-…-

-Sé que no quieres oír esto… pero tenemos que irnos…-

-…-

-Hey, no llores… no ha sido culpa tuya… este tío casi te mata… y además… yo he sido el ejecutor… en realidad, tú no has tenido nada que ver-

-…-

-...-

-…-

-Está bien, empecemos por algo sencillo… no puedo salir por mí mismo de su cuerpo… así que, tendrás que sacarme tú… habrá sangre… pero sé que puedes hacerlo...-

-…-

-Vamos, tira…-

(Sonido de algo que cae al suelo)

-Eewg… parece que le seccioné la columna vertebral…esto no es nada agradable… date la vuelta… eso es… muy bien… deberíamos empezar por bajar de esta azotea antes de que aparezcan más… este tío no trabajaba sólo… puedo ver muchas cosas de su cabeza… no te sientas culpable… era un cabrón… esclavista en Fundición… traficante de Unión en Las Puertas Vorpales… si pudiera volver a elegir como matarlo… creo que lo haría más lento… veo todo lo que ha hecho… y esta muerte ha sido piadosa…-

-…-

Empuñó el arma con una ligereza sorprendente para su edad y descendió por los escalones que hacían las veces tanto de escalera de incendios, como de ruta de escape cuando los Observadores captaban algo que infringiese la ley de Megapolis. Considerando la estricta ley imperante en la ciudad… resultaba extraño que no se produjesen huidas diarias en la zona 120 del sector rojo. Aunque estas casi nunca acababan bien. Lo normal era terminar desintegrado por un Centinela o ser Filacterizado por algún noble con ganas de retrasar su muerte.

Aunque tampoco es que a nadie le importara.

La vida en la zona 120 se componía de dos actividades. Agradar a los visitantes del Complejo Medusa y reponer fuerzas en los apartamentos para rendir al día siguiente. Sin variaciones, sin descanso. En la esfera de Megapolis, el fundamento y la vida de toda persona se regía por un único principio: Eficiencia. Si destacabas, con suerte, serías ascendido a una zona de dos números, donde la vida era mejor, o al menos, eso enseñaban en las escuelas profesionales.

Y si no, siempre quedaba el consuelo del suicidio. Antes de ser calificado como No Eficiente, antes de recibir la orden de presentarse en las oficinas profesionales para ´´ser reubicado``. Una manera bonita de ocultar que acabarás pronto en un Caldero de Brea, alimentando Centinelas o Constructores. El principio que regía Megapolis era simple: Todo sirve, de una manera de otra.
Ya en la calle, se ocultó tras unos contenedores de reciclaje morados y aguardó unos minutos a la espera de que los Observadores acudieran a documentar lo sucedido. Tal y como había pasado con sus padres, los Observadores descendieron en picado sobre la azotea y  comenzaron a documentar con gran meticulosidad toda la escena. Ella observó desde su escondite el resplandor de los focos y los constantes flashes que surgían del lugar que minutos antes habían ocupado. Los rastros de las lágrimas surcaban su infantil rostro y sus ojos enrojecidos permanecían atentos y asustados a la par mientras se apretaba contra la pared metálica con fuerza. Desde su escondite, podía ver la desierta avenida K1 que atravesaba toda la zona 120 hasta alcanzar el Complejo Medusa o zona 111, su esperanza, radicaba en abandonar la zona 120 y de algún modo, alcanzar el Complejo Medusa antes de que Los Centinelas diesen con ella.

Porque para Los Centinelas de Megapolis, el crimen no conoce edad. Y sólo existe un castigo para el crimen: El reciclaje. Como ya he dicho, en Megapolis se aprovecha todo, de una forma u otra.
Las lágrimas resbalaron por su mejilla al pensar en los láseres de los Centinelas. Su cuerpo comenzó a temblar y las rodillas le fallaron. Trató de levantarse pero sus piernas no respondían, las lágrimas golpearon el suelo con abundancia y sintió el impulso de gritar, pero antes de que perdiese el control, la hoja de cristal de la espada se iluminó y la voz suave y cálida comenzó a hablar:

-Hey…-

-…-

-Han tardado menos de lo que esperaba… Los Centinelas estarán ya en camino… los has hecho muy bien hasta ahora… pero tenemos que seguir en movimiento… apóyate en mi si quieres... eso es… muy bien… levántate poco a poco… puedes hacerlo… bien… tenemos que cruzar la calle entera hasta el Complejo Medusa… estás lista?-

-No…-

-Hey…-

-…-

-Sé que te asustan Los Centinelas… pero si te quedas aquí, te encontrarán tarde o temprano… y si no son Los Centinelas, serán Ellos… no tardarán demasiado en darse cuenta de que algo ha salido mal… si es que no lo han hecho ya… para cuando lleguen… estaremos muy lejos… tenemos que estar muy lejos… lejos de la zona 120…-

-Y… y qué pasa… y qué pasa si nos encuentran?-

La voz de la espada se tornó más fría.

-Entonces acabarán como ese de la azotea… nadie te va a poner un dedo encima mientras yo pueda defenderte… nadie… -

-…de acuerdo… me lo prometes?...-

-Por todo lo que me es importante… no dejaré que nadie te haga daño… vamos… sécate esas lágrimas y salgamos de aquí…-

Así lo hizo antes de echar a correr calle arriba en dirección al Complejo Medusa. Durante los primeros minutos creyó oír varias veces la sirena que indicaba la presencia de Los Centinelas. En esas ocasiones, se apartó de la calle para aplastarse contra las puertas de seguridad de los edificios mientras su corazón latía a mil por hora. En todas ellas solamente llegó a escuchar su propia respiración y el lento rumor metálico de las lejanas Fábricas.

-Hey… tranquila… todo está bien… sigue adelante…- susurró la espada en la cuarta parada.

Los minutos fueron pasando mientras los números de los edificios se deslizaban en sentido ascendente a su paso; 11933… 11889… 11832… 11799… 11748… aquel número pintado en rojo sobre la puerta de seguridad era el único elemento cambiante en una eterna serie de edificios de treinta metros exactos de altura, cada uno con 150 apartamentos  y 75 ventanas, en el que dormían cuatro personas por apartamento según estipulaba el Edicto de Vivienda de la Zona Roja. En zonas de menor categoría, la altura de los edificios se duplicaba y la cantidad de inquilinos por apartamento podía cuadruplicarse. La Zona Roja era una zona de cierta categoría, dedicada enteramente al sector de servicio. La zona 120, servía  al Complejo Medusa, donde todos los trabajadores pasaban su vida al servicio de los habitantes del Complejo. Se podría decir que el Complejo Medusa era la única razón de existir de los habitantes de la zona 120, pues durante toda su vida, su único objetivo y libertad era pensar en nuevas formas de servir y agradar a los visitantes del complejo.

Y por esa misma razón no había un alma por las calles de la zona 120. Todos dormían las pocas horas que restaban antes de regresar al Complejo una vez más. El único sonido intruso en la noche aparte del rumor de las Fábricas eran un par de pies calzados con unos sencillos zapatos azules de materia sintética que ascendían en lento trote por la monótona calle roja. Su neuro-reloj marcaba las dos y media de la madrugada cuando se detuvo a descansar al pie de la puerta del edificio 11125, sus pies ardían a causa de la carrera pero no se permitió más que un breve descanso antes de reanudar el ascenso hacia su destino.

-Hey… hemos avanzado bastante… puedes bajar un poco el ritmo Das… No?, estamos ya lejos y no creo que…-

La voz de la espada cesó al escuchar el lejano sonido agudo y amenazador que indicaba la llegada de Los Centinelas a la escena del crimen. Al oírlo, ella perdió pie y cayó de bruces contra el suelo. El sabor metálico en la boca trajo a su mente recuerdos que estallaron en violentos temblores en sus piernas…



-Están aquí!- gritó una voz masculina mientras cerraba la puerta con un sonoro golpe.

-Coged los pases y huid a la zona roja por los túneles de mantenimiento! Con suerte, llegaréis antes de que puedan filacterizaros…-

Un sonido de cosas que se caen de una manos temblorosas mientras una mujer de pelo corto y negro sin rostro aferra el brazo del hombre.

-Ed…-susurra con una voz lastimosa que parece perder su alma en aquella sílaba.

-Sabíamos a lo que nos arriesgábamos Cat… sabíamos lo que pasaría… y aun así lo intentamos… ahora, hemos perdido…- la voz del hombre se quiebra mientras las lágrimas aparecen en sus mejillas. Un rápido beso en el fardo que sujeta la mujer y se vuelve hacia la puerta de nuevo, esta vez, sosteniendo un arma corta que nada puede hacer contra lo que se acerca.

-Marchaos… ahora…- remata mientras carga el arma y apunta hacia la puerta.

La mujer no recoge los bultos antes de tomar de la mano a una figura menuda pelirroja y cruzar rápidamente un apartamento pequeño de paredes totalmente blancas, donde el único mobiliario existente; una cama y un par de estanterías, se desdibujaba en una irreal parodia del que fue su único hogar durante diez largos años. Un largo sonido agudo y amenazador recorre todo el edificio. En unos instantes, todos los vecinos están despiertos, paralizados por el terror, aguardando el instante en que Los Centinelas irrumpiesen en sus casas para llevar hasta ellos la implacable justicia de Megapolis.

Un grito terrible recorre el edificio, el sonido de un alma humana evaporándose en medio de un indecible dolor. Un hedor a carne quemada impregna el ambiente y la mujer de pelo corto echa a correr escaleras abajo mientras los gritos de su marido resuenan en su mente, un solo segundo que le perseguirá toda una vida.


-Hey!... Das!… Das!...Das!... hey!... tranquila!... estoy contigo!... hey! Estoy aquí!... Das! Tenemos que movernos!... los observadores deben estar peinando la zona en busca del culpable… Das! Tienes que levantarte! No podemos dejar que nos encuentren en mitad de la calle! Nos atraparán en cuestión de minutos!... Das!

-…-

-Hey! Estoy aquí! Estoy contigo! No estás sola en esto!... Vamos Das! Levanta! Tenemos que salir de aquí!-

-…-

-… … …-

-…-

-Está bien… déjame tomar tus lágrimas y convertirlas en llamas… déjame coger tu voz y derribar esta ciudad… deja que te preste mi poder… di la palabra…-

-…-

-Están cerca Das… se están acercando y no puedes hacerles frente tu sola… ni tampoco yo… tenemos que ser uno… solo así podremos vencerlos… sé que tienes miedo…pero hey! Yo puedo acabar con tu miedo… solo… solo…solo di la palabra…-

-No- respondió ella desde el suelo con voz temblorosa. El miedo embargaba su cuerpo, pero sabía que la espada tenía razón. Cuanto más tiempo permaneciese en el suelo, más cerca estarían los Observadores de identificarla, y cuando eso sucediese… no habría escapatoria. Su cara aparecería en toda Megapolis hasta que Los Centinelas diesen con ella e hicieran cumplir la justicia de la ciudad. Aquella idea le dio fuerzas para aferrarse a la empuñadura de la espada e incorporarse.

 A su alrededor, el silencio era interrumpido cada medio minuto por la amenazadora sirena de Los Centinelas. Sin embargo, ella no esperó quieta a oírla resonar en la infinita avenida roja, sus pasos vacilaban cada vez que esta reverberaba en su oído, pero a pesar de ello, no se detuvo en ningún momento. Jadeaba y el sudor perlaba su joven rostro infantil, pero a pesar de ello, continuó avanzando aún con el ardor de sus piernas que no cesaba de aumentar.

El miedo dio alas a sus pies, y se encontró corriendo más rápido de lo que había corrido en su vida. Por desgracia, la sirena no solo no cesaba en su estrépito, sino que además, resonaba cada vez más cerca. Ella ya podía imaginar el sonido producido por los múltiples apéndices metálicos de Los Centinelas al moverse en su dirección. Le parecía oír constantemente el sonido de las cámaras de los Observadores, documentando su cuerpo, sus movimientos, cotejando gustos, intereses y calculando sus posibles planes de acción teniendo en cuenta su temperatura corporal, ritmo cardíaco, ondas cerebrales e incluso historial familiar. A pesar de todo, su vista estaba fijada en el frente, donde lo único visible era las delgadas franjas de luz roja que delimitaban la avenida, el resto, oscuridad, ya que caminar de noche por la zona 120 estaba estrictamente prohibido, además, no había nada interesante que ver, solo decenas de miles de números que distinguían los idénticos edificios. En la zona 120, al igual que en la mayoría de la zona roja, el ocio y la diversión era algo considerado innecesario e irrelevante, según el Orden Mayor que regía ese aspecto de la ciudad, los habitantes de la zona roja en su mayoría tenían la obligación de ofrecer una productividad del 155% respecto a lo que consumían, y por lo tanto ocio y esparcimiento eran conceptos totalmente inadmisibles.

-Hey… están más cerca... hay que pensar en algo, nos alcanzarán en poco tiempo… es cuestión de minutos… Das… deja de correr… huir es imposible… son más rápidos que nosotros…-

Ella sabía que él tenía razón, Los Centinelas eran mucho más rápidos que un humano a la carrera, de hecho, habían sido diseñados para superar a un humano en todos los aspectos salvo en uno: la inteligencia. Ejecutar la justicia de la ciudad era su único objetivo, sin importar en absoluto la cantidad de muerte y destrucción que sembrasen a su paso.  Perseguir y ejecutar, sin juicio y sin perdón. Sin tener en cuenta la edad, la cantidad, las razones o la calidad moral del infractor. El propósito de existencia de Los Centinelas era sencillo:  Destruir al criminal. Nada podía apartarlos de su propósito, no comían, no dormían, no descansaban y nunca se rendían. La única forma de escapar de su influencia era cambiar de esfera a través de las Puertas Vorpales o arriesgarse a través del vacío con un transporte comercial. Fuera de Megapolis, Los Centinelas carecían de autoridad alguna, a pesar de los numerosos intentos diplomáticos por parte de la ciudad en su vehemencia por terminar con los prófugos.

Una idea súbita recorrió su mente y se detuvo en seco.

-Puedes… puedes cortar el metal de una de esas puertas?- interrogó jadeante a la espada.

-Hey, claro que puedo, como si fuera bio-gelatina…- respondió la espada con un brillo azulado.

Ella alzó la espada y se acercó a la puerta del edificio 11112, el tajo vertical atravesó la puerta de titanio con la misma facilidad que el aire, otro tajo, esta vez horizontal, perforó unos centímetros la propia pared.  Unos segundos después, la puerta se desplomo con un sonido metálico hacia el interior del edificio. El brillo azul de la espada se intensificó al decir con evidente orgullo.

-Hey… hecho… adentro!-

Ella lo ignoró y se dirigió hacia el otro lado de la calle, la sirena resonó de nuevo, más fuerte y más cerca que antes. Apretó el paso y alcanzó la puerta del edificio 11111 ignorando las preguntas e imprecaciones de la espada.

-Hey!... qué estás haciendo?... están ya muy cerca!... no es momento para decidir qué edificio usar para esconderse!... te has vuelto loca Das?... no tenemos tiempo para esto!... –

Repitió la misma operación con la puerta de seguridad y avanzó hasta la siguiente. Esta vez, golpeó la puerta con violencia en sentido diagonal, apartándose a un lado para evitar ser aplastada por la plancha de titanio segada en dos.  El brillo de la espada se había desvanecido por completo, señal de su confusión, pero su poder cortante continuaba intacto, como demostró en la puerta de seguridad del edificio 11109, que cedió tan fácilmente como las otras.

-Espero que sepas lo que estás haciendo Das… has perdido toda la ventaja que teníamos sobre ellos… para esto, podrías haberte ahorrado la carrera… podrías haberte quedado llorando en la azotea, porque el resultado será el mismo…- dijo la espada en voz baja y tono cortante.

Si lo había oído, ella no contestó, se limitó simplemente a repetir la operación con la puerta 11107 mientras un temblor involuntario recorría su cuerpo al ser golpeada de nuevo por la estridente sirena que resonó más cerca que nunca.

-Ya están aquí Das… fin del juego… te toca decir la palabra… o morir.- sentenció la espada con un débil fulgor azul y voz seria.

-Hey… correr ya no te servirá de nada… has perdido demasiado tiempo en esta tontería… sólo nos queda luchar Das… luchar!... di la palabra… sabes que no puedes ganar sin volverlo a hacer… di la palabra… Das… vamos… fin del juego… di la palabra…-

-No… espera y verás…- respondió entre jadeos mientras ascendía a trompicones por la empinada calle.

La sirena no tardó en regresar. Más cerca, más aguda y más terrible que antes, una infernal mezcla electrónica diseñada con el propósito de advertir y asustar. Ella no podía evitar temblar de forma violenta cada vez que aquella onda sónica la atravesaba, trastabillando peligrosamente en el proceso. En cada ocasión, los recuerdos se agolpaban y nublaban su asustada mente, centrada únicamente en mantener la coordinación necesaria para seguir avanzando.


La mujer de pelo corto atravesó con inusitada rapidez el callejón, del que todavía podían oírse, los gritos de terror de decenas de personas ante la inmisericorde aplicación de la justicia de la ciudad. Cada treinta segundos exactos, las voces eran acalladas por las estridentes sirenas, en una especie de coro maldito diseñado para grabarse con sangre y terror en la memoria de los supervivientes. Y es que por mucho tiempo que pasase, por muy lejos que uno estuviese de aquella maldita ciudad, siempre habría noches en las que el recuerdo del coro mantuviese en una duermevela de pesadilla y gritos involuntarios a la pobre alma superviviente al horror de Los Centinelas de Megapolis.
Al oír la sirena, la mujer sin rasgos perdió el equilibrio y cayó de bruces al suelo con un grito. Todo su cuerpo se agitó en convulsiones involuntarias mientras trataba inútilmente de extender la mano hacia el fardo tendido a pocos metros de ella. El bulto, lloraba desesperado, extendiendo sus delicadas manitas rosadas al cielo nocturno sin estrellas, un cielo tan negro y descarnado como su corta existencia. Trató de arrastrarse con su cuerpo aún entumecido por las violentas convulsiones cuando la sirena atravesó de nuevo el aire nocturno, momento en que las convulsiones se manifestaron una vez más, crispando el delicado rostro sin rasgos de una forma espantosa.
La pequeña figura de cabello rojo contemplaba el macabro espectáculo paralizada de horror, incapaz de pensar en nada más que en aquel infernal coro grabado en su cabeza con sangre y terror…


-Das… Por qué te has parado?... si no dices la palabra, no podré emplear mi fuerza para defenderte… hey! Das!... estás bien?... Das!... di algo Das!... muévete! Háblame!... Das!... levántate… Das! Qué te pasa?... Das!... Qué es ese sonido?... Háblame Das!... di algo!...-

Había caído al suelo al escuchar de nuevo la estridente sirena a la cual se había unido un coro de gritos desesperados y aullidos de terror. Su cuerpo se sacudió en violentos temblores al escuchar como más sirenas y  gritos se unían a la infernal sinfonía que ella misma había compuesto minutos antes. En su afán de huir, no había considerado las consecuencias de sus acciones y ahora, ahora las consecuencias llegaban a ella en forma de caos y destrucción sonora, reverberando dentro de su cuerpo y desenterrando los más terribles recuerdos de su ser.

-Das!, Das!... Das háblame!... quédate conmigo!... no me dejes solo!... no dejes que el miedo nos separe!... di la palabra y los mataré!... di la palabra y los mataré a todos!... di la palabra y antes de que acabe la noche estarán todos muertos!...Das, resiste!...No! Das!... No te mueras!...- gritaba la espada con un brillo cegador.

Cada vez le costaba más respirar y empezó a toser de forma descontrolada mientras los gritos resonaban en su interior, arrojando su mente por el precipicio de la locura. Ella era la única compositora de aquella maldita pieza demencial que atravesaba sus tímpanos. Quería levantarse, darse la vuela y enmendar su error, rescatar a todas aquellas personas… pero lo único que podía hacer era temblar de forma violenta mientras cada vez menos aire llegaba a sus pulmones. Pronto, su vista comenzó a emborronarse y toda la realidad se desdibujó a su alrededor, la voz de la espada se perdió en la oscuridad y el coro infernal se diluyó en la nada. Solo entonces, reparó en la pequeña figura gris, que sentada a unos pocos metros, la observaba con los ojos cerrados y una gran sonrisa bondadosa que introdujo de nuevo el tan necesitado aire en sus pulmones.

-Arriba pequeña…- parecía querer decir con su rostro. –Aún te queda camino por delante… siempre queda camino por delante…- remató antes de que sus pasos arrastrados se perdieran en la oscuridad.
El estruendo de la sirena se estrelló de nuevo contra sus tímpanos y ella gritó de pura agonía al recordar lo que había pasado, al recordar lo que había sucedido tanto tiempo atrás, cuando aún…

-Os mataré a todos! Venid aquí ante mí bastardos metálicos! Ella no tenía por qué morir! No tenía por qué dejar su vida en esta picadora de carne!- aullaba la espada con un brillo blanco cegador. –No vais a tocarla! No os tengo ningún miedo cubos de chapa! –

Lentamente, trató de incorporarse mientras el atronador sonido de las sirenas retumbaba en sus oídos con un timbre culpable a la par que condenatorio. Los recuerdos se agolpaban en su cabeza y cegaban sus ojos, hasta el punto de no encontrarse en el suelo de la avenida de la zona 120. Volvía a estar en ese horrendo callejón, con los gritos de los muertos sumándose a los gritos de los que todavía podían gritar desesperados ante una muerte cierta. Volvía a estar ante aquel hombre de traje negro que la había empujado a aquella situación. Recordaba perfectamente el sonido de la gruesa hoja atravesando al desconocido. Lo recordaba de forma tan nítida que aún podía ver como la vida escapaba de su cuerpo en forma de sangre negra, la misma sangre que ahora manchaba sus ropas.

-Das! Das, estás viva! Estás viva! Has podido con la influencia de esos trozos de lata! Vamos, levántate! Tenemos que salir de aquí antes de que ellos… Espera… a dónde vas? A donde se supone que vamos?! Es por el otro lado Das! El Complejo Medusa está por el otro lado! Por aquí vamos hacia una muerte segura! Da la vuelta Das! Me estás escuchando Das!? Das!-

Pero ella no lo escuchaba. Estaba muy lejos. Se encontraba caminando en una fusión horrible del callejón oscuro con el apartamento de paredes blancas, el suelo seguía perteneciendo a la monótona y preconstruida avenida roja de la zona 120 pero el cielo era una mezcla informe de edificios infinitos y gritos descarnados que atravesaban la noche… y su alma.

-Venganza…- murmuró en voz baja mientras el temblor desaparecía de su cuerpo. La carrera desesperada había finalizado y ahora, solo restaba atender al silencio interior que evocaba dicha palabra. Ella no sabía qué clase de alucinación o mundo extraño se manifestaba ante sus ojos, la voz de la espada había cesado por completo, no así su brillo, blanquecino azulado que recorría desde la desnuda empuñadura hasta la afilada punta ligeramente curvada, como si un despistado herrero hubiese fallado en el último momento a la hora de dar forma a la hoja. Singular cuanto menos dada su longitud, curvatura y estructura cristalina que con la luz irradiando de su forma , daba a ésta, una gran similitud con la más fina de las lunas menguantes. La empuñadura negra en forma de cruz, sin adornos ni marcas, única nota disonante de color y opacidad en la soñadora composición del arma.

-Creo que no puedes oírme Das… pero si aún no te has perdido… si todavía eres tú… escúchame… da la vuelta, corre calle arriba y alcanza el… vaya… estás firmemente decidida a  luchar… venganza?... no la tendrás muriendo esta noche Das… y ese será tu único destino si sigues por este camino… no hay nada más que…-

El brillo de la espada se apagó de pronto. Segundos después, una extraña aura verdosa de aspecto macilento brotó de la empuñadura y envolvió la hoja por completo hasta hacerla desaparecer. Entonces, una nueva voz, fría e inhumana, se alzó con fuerza entre los gritos y el estruendo infernal de la sirena.

-Basta!, sal de aquí ahora mismo, estúpida!-

La mente se cubrió de niebla y cada uno de sus pensamientos se tornó vago y complaciente. Antes de que pudiera darse cuenta ya caminaba de nuevo calle arriba con el cuerpo relajado y la espada flotando tras de ella a un metro del suelo, envuelta en la neblina verdosa que extendía unos delgados zarcillos blancos hacia su cabeza, embotando sus pensamientos y cubriendo los sonidos con el monótono zumbido de un motor en marcha muy a lo lejos. Perdido en otros mundos más allá de aquella sensación tibia y confortable de adormecimiento total, ella se sentía sin fuerzas, con una curiosa somnolencia fría brotando de las pequeñas hebras blancas de su cabeza… la espada estaba ahora muy lejos, apenas un brillo verde pálido entre la niebla… todo era maravilloso… sin ruido… sin esfuerzo… sin cansancio… solo aquel frío que brotaba de los zarcillos y poco a poco, se extendía por todo el cuerpo. Pronto el zumbido también desapareció y la omnipresente niebla blanca cubrió sus pequeñas manos, su sencillo uniforme gris e incluso su cara… todo desapareció, engullido por aquella misteriosa y cada vez más fría niebla blanca.

No podía moverse, no podía gritar y el frío comenzó a provocarle una sensación de quemazón por todo el cuerpo. Los zarcillos de niebla se extendieron por su cara, cerraron sus ojos y entonces…
Entonces pudo sentir como algo cálido surgía cerca de ella. No podía verlo, pero sabía que era aquel ser grisáceo de perenne sonrisa que había tomado su mano y sin decir ni una palabra, le había susurrado:

-Vaya, dos veces querida mía. Dos veces debo apartarte de mí, tu momento, aún no ha llegado. Prometo que cuando llegue, estaré a tu lado para guiarte a través de la puerta… pero ahora… bueno, ahora es tiempo de que te alces de nuevo. Yo, puedo esperar… ahora, quita sus manos de tu cabeza, devuélvela a su lugar… ya sabes como hacerlo.- Finalizó antes de perderse de nuevo entre la niebla.

El frío comenzó a remitir de inmediato y el zumbido del motor regresó a sus oídos. Con exasperante lentitud, alzó sus brazos y tomó entre su manos las urticantes fibras neblinosas que se introducían más y más en su cabeza. Oyó su propio grito de dolor cuando quebró en dos los filamentos, a partir de ese instante, el sonido del motor se desvaneció en el aire y la niebla comenzó a disiparse tan rápido como había surgido. En menos de un minuto, comenzó a percibir los contornos de la avenida dibujarse ante ella. Pronto, los monótonos edificios y el sonido de las sirenas y los gritos acudieron de nuevo a su encuentro. Ella los ignoró y se detuvo mientras la hoja envuelta en neblina verde extendía nuevos zarcillos en su dirección.

Sus ojos grises se entrecerraron intentando escudriñar inútilmente el interior de la neblina. Dio un paso atrás en cuanto escuchó la voz fría e inhumana en su mente.

-Vamos, ven aquí, deja que te ayude a sobrevivir.-

-N-No- respondió con voz temblorosa.

-Tienes miedo- susurró la voz en tono acusador. –siempre has tenido miedo. Miedo de ellos, miedo de Los Centinelas, miedo de ti misma, miedo de mi… miedo del mundo… por qué me temes? O es que también tienes miedo a preguntarte por qué tienes miedo?- La voz adoptó un tono paternal y continuó. –Yo puedo ayudarte, puedo terminar con el miedo que te envuelve, con todos tus miedos en realidad… solo tienes que relajarte y dejarme el resto a mí. Vamos, sabes que es lo mejor, reconoce que ambos te conocemos, sabemos lo que ocultas, al fin y al cabo… ahora somos parte de ti. Vamos, quédate quieta y duerme… yo me ocuparé de todo… te lo prometo…-

La impresión final de aquellas tres últimas palabras provocaron un escalofrío que se extendió por su espalda. Instintivamente se apartó a un lado y vislumbró un solitario zarcillo clavado en el lugar que segundos antes había ocupado su cuerpo. Más zarcillos brotaron de la masa neblinosa y se dirigieron hacia ella, tomando forma de miembros fantasmales que intentaban aferrarse a ella con espectrales garras y manos etéreas. Aterrada, se precipitó calle arriba mientras la espada levitaba lentamente hacia ella.

Sin embargo, sin el poder de la espada sustentándola, no tardó demasiado en tener que bajar el ritmo a causa de unos dolorosos pinchazos en el pecho.  Jadeando, se detuvo para recobrar fuerzas y al detenerse, volvió la vista atrás con el miedo impreso en su corazón. Nada. Los sonidos habían cesado por completo y el mundo entero parecía contener la respiración. Confusa, aguzó el oído en busca del terrible estrépito de las sirenas… pero tras un largo minuto… nada…solo un espeso silencio.

Por algún motivo que no terminaba de comprender, aquel silencio causaba en su interior un mayor pavor que Los Centinelas. Porque nada, nada acallaba las sirenas hasta que el infractor era capturado. Nada podía detener la caza hasta que la justicia de la ciudad fuera aplicada. Qué poder había tenido la potestad suficiente como para negar la justicia de la ciudad? Por qué ese poder contravenía la ley para dar con ella? Preguntas sin respuesta y la neblina verdosa comenzó a perfilarse lejos, calle abajo.

-Puedes correr niña estúpida… pero no esconderte… tú y yo, estamos atados…ahora sé una buena chica y quédate quieta.- susurró con arrogancia la voz en su cabeza.

Ella respondió precipitándose calle arriba. Sin embargo, pronto se sintió incapaz de dar un paso y terminó desplomándose sobre el suelo metálico. La voz regresó de nuevo, burlona:

-Ya estás cansada? Eres mucho más débil de lo que esperaba. Para qué te han entrenado? Para ser una cara bonita? Que existencia tan desgraciada… pero no te preocupes, yo te daré un futuro glorioso. Juntos, vamos a hacer grandes cosas… ya lo verás…-

-Qui-Quién eres?- interrogó ella con voz quebrada por el cansancio.

Una risita siniestra acudió a su mente. La espada parecía divertida.

-Que quién soy? Quién quieres que sea? Quieres que sea un Centinela? O prefieres que sea el instructor del que todas las niñas huían? Puedo ser lo que quieras, puedo encarnar cualquier cosa que desees… pero todo tiene un precio… y ya sabes cuál es.- finalizó con una voz extrañamente seria.
No dijo nada. Sabía cuál era el precio. Todavía temblaba al pensar en cómo todo había terminado así por una simple palabra. Un vocablo extraño que había terminado con un muerto y una vida prescrita, que, desde luego, habría preferido seguir siendo lo que era hasta entonces, sin más, un número  dentro de la masa gris que era la ciudad de Megapolis.  Ahora, todo su destino se había torcido en una espiral de muerte y miedo que solo parecía tener una sola salida:

La Palabra.

Y aunque había jurado horas antes no volver a pronunciar nada semejante jamás, una parte de ella, comenzaba a aceptar que no había otra salida. Pues apenas podía moverse y ya era capaz de ver la silueta de la espada a lo lejos, brillando con un color verde enfermizo que le daba un aspecto irreal. El tiempo se agotaba pero no parecía que hubiese ninguna otra salida.

-Qué… qu-qué me pasará?- pregunto en voz alta. No hubo respuesta.

Lentamente, como en un sueño, los zarcillos atravesaron su frente.  La niebla regresó y con ella, el monótono zumbido de aquel lejano y agonizante motor perteneciente a otro mundo. El frío, comenzó a trepar por sus extremidades y pronto se sintió ingrávida y relajada. El miedo, tal y como la espada había prometido, se desvaneció en el frío y sus ojos se cerraron. En poco tiempo, el sonido del motor llegaba se atenuó hasta casi desaparecer…

Todo era perfecto. La espada no mentía. El odio, el miedo y los recuerdos horribles se habían desvanecido… ella deseó que fuera así para siempre.

-No quiero despertar…- susurró segundos antes de perder la consciencia.

-Debes hacerlo…- respondió una voz grave y familiar.

-Ha cumplido su palabra. En medio del frío, nada puede alcanzarme, estoy a salvo de todo.-

-En medio del frío, nada vive… y tú no eres ninguna excepción… estás casi muerta, Das…-

-Quien eres tú?!- replicó ella con furia. –Qué sabes tú de mí?! No sabes nada!- estalló iracunda.

-Lo único que te mantiene con vida. Aunque no puedo devolverte tus recuerdos… están perdidos en medio de la niebla pero te diré algo: Tú no quieres ver lo que va a pasar. Créeme, no quieres verlo…-

-Dices cosas sin sentido. Por qué no iba a querer ver lo que va a pasar? No va a ocurrir nada malo. Dentro de la niebla, todos estamos a salvo… nadie puede vernos…-

-Ni oír vuestros gritos.-

-No voy a escucharte. Seas quien seas. No voy a escuchar nada de lo que tengas que decir. Es todo mentira! Eres una mentira! No hay nadie gritando! Todos somos felices en su reino! No existe nada ni nadie! Tu no existes! Aquí estamos a salvo de todo! No puedes hacernos daño!-

-...-

-Cállate! No quiero oírte más! Esto no es real! Todos estamos muertos aquí dentro! Y somos felices! Somos felices!-

-Das…-

-Das no existe! No tenemos nombres! Los muertos no tienen nombre! Los muertos no necesitan nombre! Los muertos solo deben servir! Servir al poder! Poder para dominar los malos corazones!-

-…-

-Todos queremos al poder! El poder nos protege! Tú no existes! Tú serás eliminado por el poder!-

-Desde luego.- surgió una nueva voz desde la lejanía. Un neblinoso rostro verde se materializó entre la niebla y sonrió de forma macabra. –He tenido el detalle de mostrarme ante nuestra benefactora. Ten un poco de educación. Le debemos nuestra existencia.-

-Das… di la palabra.-

-No lo hará… no puede hacerlo. Ahora es mía.- negó lentamente sin abandonar la sonrisa.

-Poder! Debes protegerme de él! Quiere hacernos daño!- imploró ella con voz infantil.

-Ves? Ya no puedes salvarla. Su corazón me pertenece, su pequeño y estúpido cuerpo es mío. Has perdido… retírate y ten un poco de dignidad.- espetó burlón.

Instantes después, giró su rostro hacia ella y habló con voz paternal:

-Tranquila. Estoy aquí. Ya estoy aquí. Todo ha sido un sueño, mi pequeña niña, solo un mal sueño mi pobre y dulce niña. Grítale al monstruo que se marche y este se marchará. Papá quiere ver como lo haces…  Un, dos y tres…-

-Fuera!-

La voz grave gritó y al volver a hablar, lo hizo de forma muy débil, como si estuviese exhausta.

-Das… tienes que despertar… no puedes darle el control a ese ser… tú eres quien debe asumir el control… Das… despierta… por favor…- terminó con un sollozo.

-Fuera!- gritó ella con más fuerza. La voz grave no regresó. El poder, en cambio, la envolvió y acunó en el frío perpetuo con una canción de cuna que la hizo olvidar de nuevo…

Que la hizo soñar…

Y durante el sueño. Por tercera vez. El rostro sonriente grisáceo de edad infinita y ojos cerrados se encontraba ante ella. En cuclillas, como de costumbre, cantando mil historias sin pronunciar una sola palabra. Ella lo había olvidado, como todo lo demás. Sin embargo, dos palabras acudieron a sus labios:

-Sandalias frías
…-
-Es uno de los muchos nombres que me dan. Sin duda, el más instintivo. Mi querida niña, tan empeñada estás en morir? Ya es la tercera vez que acudo a ti en muy poco tiempo. Y por tercera vez, debo decirte que aún no ha llegado el momento de partir para ti. –

A pesar de no recordar nada, no dudó ni un segundo de la veracidad de sus palabras. A pesar de no haber visto nunca aquella figura, tenía un aire familiar. Su rostro sonriente le producía una sensación extraña que el frío no era capaz de eliminar. Trató de gritar, pedir auxilio al poder… pero antes de que pudiera hacerlo, Sandalias frías habló de nuevo.

-No te molestes en llamar a tus influencias. En este espacio, no tienen poder. Lo que tu hagas con ellas, es asunto tuyo. Sin embargo, tu libre albedrío debe esperar. No esperar, madurar. Entonces, podrás elegir la mejor forma de volver a encontrarnos. Por el momento, sellaré ambas influencias para que tengas tiempo de crecer un poco más.- Finalizó antes de incorporarse y perderse de nuevo entre la niebla.

Cuando las últimas palabras brotaron de su boca, un calor abrasador comenzó a recorrer el cuerpo de la joven, que gritando, se arrojó al suelo mientras notaba como las llamas devoraban su ser hasta convertirlo en cenizas.

Cuando despertó, la niebla había desaparecido y se encontraba de nuevo en la infinita avenida de la zona 120. Tendida a su lado, inerte, yacía la espada. Esto, la tranquilizó de forma extraña y cuando trató de recordar lo sucedido solo se topó con un gran dolor de cabeza. Ambos brillos habían desaparecido y ahora, la hoja cristalina parecía hecha de hielo puro a punto de derretirse. Magullada, se incorporó entre gemidos de dolor y sin volver la vista atrás, reanudó el largo ascenso hacia el Complejo Medusa con una sola certeza en su mente:


Sin importar el precio… sobreviviría.

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