Clavos Internos

Pronto quedamos pocos.

Y los pocos que quedamos, nos refugiamos en las partes más oscuras.
Y qué podíamos hacer?
Hasta que la maquina se disolviese en la nada...
y todo ocupase su lugar.

Nadie olvidaba los gritos, era lo único que nos quedaba...
de aquellos que jamás podían escapar.
Aunque, a la hora de la verdad, todos estábamos en la misma situación.
Nuestro suplicio era, simplemente, infinito.
El suyo, un eterno segundo. Antes de nutrir el alma de la máquina.

Aquello no era lo que buscaba, quien fuera el que había empezado todo.
La máquina no era parte del inicio...
o quizás era la dueña? quizás era simplemente...
una máscara para enloquecernos.
Quizás el calor era falso, quizás...
quizás nada existía en verdad...

Quizás todo es un sueño.

Qué mostraban las cálidas pantallas de la máquina?
Donde estaba ese mundo feliz?

No tenía respuesta, y sin embargo...
nada era un sueño.
Había algo que me lo recordaba constantemente.
Hundido en lo más profundo de mi pecho.
Más profundo que el mismo vacío...
clavado en lo hondo del alma...
un largo y oxidado clavo de los días idos.

Todos teníamos uno, y aquellos que yacían en el suelo.
Eran los únicos testimonios de los que habían vuelto al polvo.
El único elemento real y disonante en la habitación...
eran nuestros clavos internos.

Más pesados de lo que uno podría esperar.
Saciando nuestra hambre en una eterna digestión.
Pero no nuestra sed.
Quizás por eso enloquecieron.
Ella y los demás, quizás por eso se entregaron a la máquina...

o quizás yo fui demasiado cobarde para hacerlo.

Nuestros clavos internos lo eran todo.
Ellos daban estabilidad a nuestro mundo.
Si pensabas en ellos, todo cobraba sentido.
Nuestra estancia en aquel infierno de polvo.
No era un castigo, nosotros...

habíamos visto la verdad.

Recuerdo a algunos locos.
Que recogían los clavos de los caídos...
y los introducían en sus cuerpos.
Uno de ellos, me explicó que todo tenía mucho más sentido de esa manera.

No quise creerle.
Uno de aquellos siniestros instrumentos...
era más que suficiente.

Así terminaban.
Inmóviles en el suelo.
Con todo el sentido de aquel lugar...
supurando sus polvorientos cuerpos.

Finalmente me armé de valor...
haciendo brotar el mío por mi mejilla.
Y aunque no tenía ojos, ni manos para tocarlo.
Lo supe al instante...

Los Clavos Internos no eran nuestros.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Todo va a ir bien...

A merced do lobo. (Galego)

Y si te caes...