Nunca habría sido.


Yo, sin tu consentimiento, sin tu sacrificio...
nunca habría sido.
En el fondo, yo soy, un pensamiento.
Un hermoso y vivaz fruto de ese instante perpetuo.
Y por ello, solo puedo decir gracias, y mirar embelesado...
A aquella que me dio la vida, a esa dama de amor eterno.
Y aunque algunas veces olvide que soy algo tuyo. Y tuyo soy, aunque no te pertenezco, existo gracias a tu deseo de dejarme florecer al mundo.
Por ello, a ti, ángel eterno de infinita potestad divina en mi sueño.
Doy las gracias con mi corazón palpitando en su primer segundo.
Ese primer segundo, que confirmó al mundo tu lugar en el paraíso.
Cuanto podré hacer yo en este mundo gracias a tu pensamiento?
Cuando pensaste: Quiero tener un hijo.
No escuchaste los aplausos del universo.
Y el eterno ahora, los mío, los primeros.
No en este, día, ni en todos los otros, ni siquiera en los años ficticios...
Podré expresar cuanto te quiero.
Por ello, deja que, de nuevo, tome la palabra...
y aproveche la condición de pensamiento.
Para dejar una huella indeleble en la existencia.
Y que tu historia, en el eterno segundo...
sea una canción que susurre el viento.
Porque sin tu consentimiento, sin tu deseo.
Yo no escribiría esto.
Y sin tu amor ilimitado...
Cómo habría crecido este loco?
Al que tu, con orgullo, llamas hijo.
Y mi palabra, en todo su camino.
A tu existencia, tu deseo, obra y pensamiento.
Será quedo y esforzado tributo.
Expresado de forma torpe, azarosa y azorada.
Con amor en estado puro.
Porque sin ti, sin tu alma bondadosa, y sin tu deseo creativo.
Yo, Gabriel Castro Vidal, Nunca habría sido.

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