La luz en la montaña. Capítulo 1 (El anular)
Aquella noche Marcus Sdrön despertó bien entrada la noche
cegado por una brillante luz. Se revolvió entre las mantas de su estrecha cama,
incómodo, mientras se debatía entre el
sueño en las dulces praderas de Planina y la dureza de su frío y húmedo
colchón. Finalmente despertó con un grito ahogado y se incorporó bruscamente
con el corazón latiéndole rápidamente.
Aún con los ojos cerrados, el muchacho seguí a viendo la
brillante luz que cada noche turbaba y asesinaba su sueño. Abrió los ojos y
esperó a que las manchitas de luz desapareciesen de su campo visual… Contó
hasta tres mentalmente y fijó su mirada en la desnuda habitación.
La luz exógena bañaba la habitación de forma siniestra,
espantando y aniquilando las sombras hasta que se retiraba durante un par de
minutos. Momento en que regresaba un nuevo barrido que cegaba al muchacho por
completo . No obstante, este ya se había acostumbrado a esta intermitente y
potente luz enloquecedora, asique cada vez que un barrido se aproximaba a su
casa, ya había cerrado fuertemente los ojos. De todas formas y para mayor
protección visual también se ponía unas gruesas gafas de sol. Y pese a todo, la
potente luz continuaba cegándolo.
Tras resistir dos barridos más, se levantó y tras ponerse
las zapatillas blancas se dirigió en pijama hacia la puerta de madera que
separaba su cuarto del trastero. Al salir, se topó con un Baadauch, la criatura
similar a una babosa pero provista de fuertes mandíbulas trató de atacarlo pero
antes de poder intentarlo el muchacho ya le había asestado un fuerte pisotón
que llenó la habitación de un olor fétido. Sin detenerse, abrió la puerta y se
desplazó de puntillas sobre el suelo de carcomido metal y aleatorios tablones
de madera que conformaban el trastero.
El trastero era el lugar donde su abuelo y su madre
guardaban todo aquello que llegaba flotando por el mar o encontraban enterrado
en la arena. Eso incluía todo tipo de cosas: Bolsas flexibles, máscaras,
cristales, cajas de magia, estáticos, replicantes, hélices de barco, timones,
trozos de acero e incluso ocasionalmente algún resto robótico de importancia
como el cerebro inteligente 0017238, Al que la familia llamaba simplemente
Zero.
Marcus esquivó con destreza las enormes pilas de escombros y
restos metálicas mientras se abría camino entre dos gigantescas hélices de
barco. El trastero era la parte más grande de la casa y apenas quedaba ya
espacio desde el hallazgo de las enormes hélices de barco. Cada una de las
enormes aspas medía más de dos metros de largo… y cada hélice tenía más de
diez!. Precisamente en ese momento el muchacho se coló por el espacio entre dos
de las hélices para llegar hasta las tortuosas escaleras cuasiverticales que se
perdían en la oscuridad.
La mayoría de personas no habrían considerado en sus
posibilidades físicas o mentales el descender por aquellos irregulares y
podridos escalones de madera mojada, sin embargo, él ya se había acostumbrado
con el paso de los años y conocía bien el significado de cada crujido, de cada
gemido de la cansada madera y por tanto, conocía la manera de suavizar la
presión colocando los pies en lugares estratégicos conocidos solo por él.
Descender los treinta y cinco metros en completa oscuridad hasta el recibidor
no le llevó más de diez minutos a pesar de los espantosos crujidos y chasquidos
que enunciaban las tablas.
El muchacho salvó los últimos seis escalones de un salto y
aterrizó con destreza en la mojada alfombra, el frío del mar bañó sus pies que
se estremecieron al contacto. Se agachó y mojó su mano derecha, acto seguido la
lamió y disfrutó del sabor salado del agua impreso en la lengua. Con calma se
agachó y tomó un largo sorbo mientras mojaba el brazo derecho. Saciada su sed,
se descalzó y lentamente se acercó a la puerta escotilla. Su abuelo y él la
habían encontrado hacía más de dos años, realmente había sido él, pero su
abuelo había ingeniado la manera de extraerla del foso en el que se encontraba,
por lo que el mérito era de ambos. La escotilla era de forma circular y casi
veinte centímetros de grosor, un oxidado y completamente cerrado ojo de Buey
adornaba la centro de la escotilla que, obviando el hecho de encontrarse en un
avanzado estado de oxidación, por lo demás era un regalo caído del cielo.
Gracias a aquella puerta se habían frenado por completo los ataques de los
Desolladores Náuticos o los Sopourn. Otorgando a la familia Sdrön la seguridad
que tanto necesitaban.
Por supuesto, esto no quería decir que la casa se encontrase
totalmente a salvo. Nada más lejos de la realidad. Siempre existía la
posibilidad de que el Barrero que sostenía la placa continental despertase y
destruyese por completo todo lo que Marcus conocía o hubiese visto. Los
desolladores náuticos fácilmente podían entrar por el sótano y lanzar un ataque contra la desprotegida
familia. Por suerte, el sótano había sido totalmente obstruido por el abuelo en
su juventud por lo que realmente se sentían tranquilos. Realmente, la única
amenaza real era sin duda que la casa se hundiese en el inestable suelo marino
a causa del enorme peso que ejercía el trastero en la estructura. Al abuelo no
le importaba, al fin y al cabo, -siempre se puede construir hacia arriba- solía
decir cada vez que alguien sacaba el asunto a colación. –Además…- proseguía-
Cuanto más abajo se hunda esto, más rápido el trastero se convertirá en el
nuevo sótano…- concluía.
Marcus sonrió al recordar la expresión de fingida furia a
través de su grueso bigote. Las manos temblorosas y la sonrisa bondadosa que
ocultaba su gruesa y espesa barba blanca. Apreciaba a su abuelo casi más que a
su madre y a su padre, quien según el abuelo, dormía en el fondo del mar hasta
que las puertas a Planina se abriesen y pudiésemos vivir allí para siempre.
Marcus anhelaba ese día, ya había visitado Planina en sueños, sin embargo, en
su fuero interno deseaba tocar con sus propias manos las dadivosas amapolas
blancas. Su abuelo había tratado de persuadirle de ello diciendo que una vez
uno entraba en Planina, ya no podía volver, debía permanecer allí hasta el fin
de sus días, y que de eso había tiempo de sobra.
Un sonido seguido de una maldición que parecía provenir de
una de las desnudas paredes del recibidor le indicó que muy probablemente, el
barrido de luz había despertado a su hermano pequeño. Ante este hecho, Marcus
se dirigió con rapidez por uno de los dos estrechos pasillos que partían del
recibidor. El agua no tardó en llegarle hasta las rodillas, lo que le provocó
un escalofrío que recorrió toda su espalda, masculló una maldición entre
dientes y continuó avanzando lentamente, en silencio.
De la pared contigua le llegaban los inconfundibles sonidos
de su hermano levantándose: El crujido del colchón, los largos bostezos y el
sonido de un cepillo de dientes (Su mayor tesoro) funcionando sobre una
dentadura. Marcus nadó silenciosamente hasta alcanzar la delgada puerta de
madera repleta de reparaciones mal hechas. Se impulsó hacia arriba con los pies
y alcanzó el picaporte con una mano. Si, sin duda que tu casa se hunda poco a
poco no es quizás lo más práctico del mundo pero tampoco quedaba exento de
diversiones. Aferró el picaporte con la otra mano y se preparó para abrir la
puerta para dar a su hermano un buen susto mañanero.
Por desgracia la puerta, que había aguantado largos años de
corrosión y vejaciones variadas, se negó a aguantar una de aquel calibre y
acometió un acto que podría calificarse de suicidio pero que realmente era
venganza.: Primero una y después la
segunda, las bisagras cedieron con sendos crujidos y Marcus sintió un sordo golpe
en la cabeza que casi lo arrastra a la inconsciencia y que terminó con él y la
puerta, de nuevo en las gélidas aguas.
El efecto no se hizo esperar, un penetrante grito agudo
surgió del habitáculo. En su interior, un armario peligrosamente inclinado y un
bulto envuelto en sabanas conformaban todo el mobiliario de la habitación. Por
alguna razón desconocida, el bulto temblaba de forma incontrolable mientras en
vano, trataba de guardar silencio. Sabía lo que pasaba, había llegado el día en
que los seres conocidos como los desolladores náuticos había conseguido abrir
un camino desde el sótano. Y ahora, se aproximaban para devorarlo o peor aún:
Infectarlo. Había ensayado mil veces el plan de ejecución si se diera el caso,
sin embargo, sabía que jamás tendría el valor suficiente para quitarse la vida.
Por muchos cuentos de Planina que le relatase su abuelo. La idea de rajarse el
cuello de forma fría le aterraba, casi más que los desolladores náuticos. Sin
embargo, no podía dejar de temblar y de imaginar los pesados pasos de aquellos
horribles seres de aspecto crustáceo, el chasquido de sus pinzas le hacían
pensar en como aquellos seres podían partirlo en dos de un solo movimiento.
El bulto, más conocido como Leopold Sdrön o Leo, como
prefería que lo llamase todo el mundo. Temblaba de forma incontrolada mientras
aguardaba el sonido de aquellos pesados paso seguidos del chasquido… pero en su
lugar lo único que oía era un sordo chapoteo en el agua que pronto le forzaría
a cambiar de habitación. La curiosidad pronto superó al miedo y Leo se permitió
el lujo de mirar por una rendija entre las sabanas: Veía el armario inclinado,
su mesita de noche, el cepillo de dientes en el suelo y la puerta… Donde estaba
su puerta?. Trató de vislumbrar si
flotaba partida en pedazos en el agua, quizás los desolladores habían pasado de
largo. Quizás su escondite había resultado seguro. Y, si eso era cierto, ahora
los desolladores se dirigían a su familia, lo que le concedía poco tiempo para
huir.
Se tomó un instante para respirar y serenarse. Acto seguido
se incorporó bruscamente, calzó sus pies de forma inconsciente mientras que con
sus manos hacia acopio de todos los objetos de valor que guardaba: La bolsa
flexible, el cepillo de dientes, la llave inglesa oxidada y el cuchillo
metálico. Recopilado todo el inventario, abrió el armario y extrajo su mejor
ropa: El arrugado abrigo de invierno y la funda de buceo de lo que su abuelo un
día llamó ´´goma adaptativa`` .Al frío contacto de esta, sintió un escalofrío y
ojeó nerviosamente su espalda. Para su sorpresa, una mano mecánica de largos
dedos se aferró al borde, seguida de otra parcialmente humana.
Subitamente lo comprendió todo y soltó un grito de rabia
mientras propinaba puntapiés a ambas manos. El desdichado propietario de estas,
que no era otro que Marcus trataba de evitar los golpes mientras se esforzaba
por no reir mientras decía:
-Vale ya!, déjame subir que tengo que secarme!, no seas así
Leo!, que soy tu hermano… Ay!- finalizó cuando su hermano dio en el blanco.
–Vale!, ya está!, ya te has desahogado!, ahora…- se detuvo cuando por error una
bocanada de agua inundó sus pulmones. Tosió y pataleó para ascender de nuevo
hasta su asidero.
-Eres un maldito idiota Mar!- gritó Leopold- Te has cargado
mi puerta!, tienes idea de lo que me costó encontrar una así?- despotricó mientras
trataba de alcanzar las manos de su hermano con una lluvia de patadas. – I D I
O T A!- Cada una de estas letras era acompañada de otro golpe hasta que
finalmente su hermano se vió obligado a soltarse y caer de nuevo en el agua.
Leo lo observó toser y esforzarse de nuevo por asirse al
borde de la puerta, entre gruñidos de protesta, el menudo adolescente tomó la
mano metálica de su hermano y lo ayudó a alzarse. Marcus se sacudió como un
perro y miró con una sonrisa a su hermano, este le devolvió una mirada iracunda
mientras decía- No me importa de donde Mar, pero vas a encontrarme una puerta
como esa y vas a instalármela aquí me oyes?- Le amenazó apuntándole con el dedo. –Me da
igual de donde salga!, vas a buscar por todo el fondo del mar si es necesario!...
pero quiero mi puerta!!-.
-De acuerdo!, de acuerdo!. Pero deja de gritar, vas a
despertar al abuelo- imploró Marcus.
Ese comentario puso fin a la discusión de forma rápida y
ambos se detuvieron a escuchar cualquier sonido que proviniese del piso de arriba
o del trastero. Permanecieron un par de minutos en completo silencio, todo lo
que oían era el rumor del agua y el goteo de una tubería. Marcus se relajó y reparó entonces en el
hatillo que su hermano llevaba al hombro, tardó un par de segundos en deducir
que era y echarse a reír a carcajadas.
Leo lo ignoró por completo mientras deshacía el improvisado
petate y colocaba todo en su lugar. Marcus se recompuso y esbozó una sonrisa
mientras trataba de contener de la risa.
-Tengo hambre…- dijo- Vienes a desayunar?- le interrogó.
-Ve, tu.- Soltó Leo bruscamente. –Yo tengo que ordenar esto
un poco antes…- concluyó tras darle la espalda.
-Como quieras. Te espero en la cocina- enunció Marcus. Acto
seguido, se arrojó al agua de nuevo. Nadó hábilmente siguiendo el pasillo
inundado hasta que encontró pie. Se
incorporó y ascendió los resbaladizos escalones que daban paso a una pequeña
habitación sumida en la penumbra.
Resbaló y estuvo a punto de caer un par de veces, sin
embargo, recobró el equilibrio en el último momento y alcanzó la mullida y seca
alfombra que cubría toda la estancia. Gruesos goterones de agua caían por sus
ropajes hasta la alfombra que se retorció complacida. No había mejor garantía
de salud de pies que una esponja plana, un ser marino que se alimentaba de
humedad y dejaba los pies bien secos, evitando ciertas enfermedades
desagradables como los hongos o los pies azules.
El muchacho se quedó quieto, dejando que la esponja
realizase su trabajo, acabada la tarea , se aproximó hacia uno de los extremos
de la habitación y abrió la escotilla. El aire marino le golpeó en la cara,
pero a Marcus no le importó. Él amaba el mar, adoraba no solo su trabajo en
dicho medio, si no también el propio medio en sí. Adoraba rescatar tesoros de
las arenas o el fondo marino, y, a veces, incluso se atrevía a pescar cerca de
la costa con el pequeño bote de remos que había construido en secreto.
Abandonó la oscura cocina y salió a la terraza, las olas se
estrellaban con furia contra la playa
compuesta por arena, tierra y restos metálicos que salpicaban aleatoriamente el
paisaje. Marcus fijó la vista en el horizonte, donde brillaba la luz que
diariamente asesinaba sus sueño. Desde la terraza era imposible vislumbrar nada
más que la densa niebla perpetua de tono azulado que cubría el mar, más allá de
la niebla en lo alto del cielo se alzaba la luz que en breves volvería a barrer
´´El anular``.
El Anular era como Marcus denominaba el torreón que habitaba
la familia Strönd. Una destartalada estructura que milagrosamente se elevaba
hasta cuarenta metros sobre el nivel de la playa. Su abuelo le había contado
que antaño la torre se había elevado casi un centenar pero que, con el paso del
tiempo, se había ido enterrando progresivamente en las arenas. En la base el
torreón contaba con un armazón metálico similar a una falda metálica compuesta
por chatarra. La función de tal construcción no era otra que la actuar como
soporte adicional de la torre y frenar las embestidas del mar. Razón por la que
esta parte de la torre se hallase completamente oxidada y herrumbrosa, una de
las tareas principales de Marcus era la de localizar nuevas piezas para
reforzar dicha parte de la torre.
La entrada a la torre se componía de una gran plancha
metálica que actuaba de puente levadizo, el cual izaban o recogían mediante un
ingenioso sistema de poleas inventado por su abuelo. Tras el puente , un
pequeño patio donde jugaban a veces los pequeños da paso a una oxidada
escotilla que como podréis adivinar conduce al recibidor de la torre. La torre
además, cuenta con un muelle en su parte inferior, donde se guarda la
maquinaria que Marcus y su familia utilizaban en su trabajo eterno de mantener
en pie la torre.
Un silbido atrajo la atención de Marcus hacia la segunda
terraza, allí vio de refilón como las rubias trenzas de su hermana pequeña se
ocultaban rápidamente. La torre poseía en total seis terrazas, la que ahora
ocupaba Marcus era la primera de todas, que se alzaba apenas a diez metros
sobre el furioso mar. También era la más grande de todas, con un diámetro total
de nueve metros y un suelo de chapa metálica remachada. Marcus se asomó
tratando de vislumbrar de nuevo a su traviesa hermana Gerth, pero desistió tras
un par de intentos y volvió a concentrarse en el mar.
El mar evocaba en Marcus Strönd una época feliz y práctica,
le daba trabajo y comida. Le daba diversión y agua. Pero sobretodo, el mar
aportaba seguridad contra los hostiles que merodeaban por el continente. Marcus
no quería saber nada sobre el continente, algunos mercaderes itinerantes le habían
contado de pequeño historias acerca de algo llamado ´´Bosques`` que en teoría
cubrían el continente por completo y que según las historias, se componían de
enormes aglomeraciones de árboles. Marcus solo había visto un árbol en su vida.
Un pequeño arbusto venenoso que su abuelo había llamado trigo Gallow y que acto
seguido habían quemado hasta las cenizas. La simple idea de ver kilómetros y
kilómetros de aquellas pálidas plantas le producía nauseas. Aún recordaba bien
el fétido olor dulzón que emanaban y que según su abuelo, podía causar
desmayos, vómitos y ampollas por todo el cuerpo.
El joven apartó todo pensamiento relacionado con aquel tema
y volvió a concentrarse en el paisaje. La playa de escoria se perdía en
dirección norte, las traviesas olas depositaban diligentemente restos del mundo
antiguo en aquel húmedo desierto de arenas movedizas. Aquel que juzgará que la
playa era un lugar tranquilo para pasear se llevaría pronto una gran sorpresa,
cuando una mano metálica surgiese de la arena, aprisionando su pie y
arrastrándolo hacia las profundidades con una vez gorgoteante que decía en la
mayoría de ocasiones:
-Bienvenido a Gollauns, el restaurante de sus sueños… Puedo
anotar su pedido?.
Pero eso solo pasaría en un par de ocasiones, en la mayoría
de casos las arenas te tragaban simplemente para saciar su hambre eterna, un
Desollador Naútico podía poner fin a tu paseo o incluso, podrías tener la
desgracia de caer en una de las grietas y acabar transformado en un amasijo
sanguineoliento. La mayoría de la veces, el abuelo, cabeza de familia de los
Strönd, restringía el acceso a la playa sin maquinaria.- La playa es para
trabajar- decía. –Si quereis pasear, andad por las terrazas…- sentenciaba con
su único ojo fijo en la familia, especialmente en el más pequeño de todos.: El
atrevido Brunno, que a sus diez años, ya se fugaba del anular para vivir sus
propias correrías. Algo que traía de cabeza al abuelo y por ende a su madre.
-Marcus, las galletas se enfrían, cielo…- Oyó una voz por
detrás suya.
El muchacho se giró distraídamente y sonrió al ver la figura
de su madre desde la puerta. La esbelta mujer que todos llamaban madre pero
cuyo verdadero nombre era Laínna, cruzó la terraza mientras se toqueteaba la
gran trenza naranja que adornaba su pelo. Se colocó al pie de su hijo y lo besó
en la frente mientras decía
-El desayuno está listo, no tardes.-
-Estaba admirando el mar, pero voy ahora mismo- Contestó él.
Su madre se limitó a esbozar una sonrisa antes de dirigirse
de nuevo hacia el interior de la cocina, de la que ya comenzaban a salir gritos
de júbilo y sordas maldiciones. Si, era evidente que la familia Strönd estaba
despertando de su sueño, a juzgar por la marabunta de sonidos que surgían de la
oxidada torre. Marcus se desperezó con un largo bostezo, el no dormir pasaría
factura, pero ahora no era el momento de preocuparse de esas cosas. Fijó por
última vez su vista en la luz que de seguir allí, pronto le cegaría con otro
barrido y la maldijo por lo bajo.
El interior de la pequeña cocina parecía haber sido tomado
por una tribu de salvajes. Cabelleras de
casi todos los colores concebibles se arremolinaban en torno a la mesa provista
de catorce taburetes y el sillón del abuelo. La familia Strönd no era una
familia corriente, la política mundial de su abuelo era: Donde caben dos, caben
sesenta… y aquí hay espacio para un ciento. Política que sin duda Marcus
compartía, le encantaban sus hermanos, los adoraba. Y ellos lo adoraban a él.
No importaba la raza, los implantes, el color del pelo o las mutaciones. En la
familia Strönd siempre había un hueco más…
Pero describamos brevemente a la familia Strönd. En la
cabecera izquierda, se situaban Luvy y Dunna, las dos gemelas. No eran hijas
legítimas de la familia, pero esta no había puesto reparo alguno en aceptar a las
dos telépatas rubias. Las dos eran como dos gotas de agua, y no parecían hacer
esfuerzos para facilitar su identificación, la familia las llamaba simplemente:
Las gemelas o en caso de duda: Dunny. Habladoras en las mentes de otros y muy
serviciales, irrumpieron en la mente de Marcus apenas hubo cruzado la puerta.
-Hola hermano, Hola Hermano!, Hola hermano, Hola hermano!,
Sabes qué? Sabes qué?-
Cierto era que la distancia de su poder era asombrosa, pero
a Marcus ya le había quedado claro que la sincronización no era su fuerte. Los
gritos mentales repentinos le hicieron tambalearse y casi caer al tropezar con
Ecko. El Marigo mascota de la familia. Marcus maldijo y trató de contestar,
pero las gemelas volvieron a la carga:
-Sabes que! Sabes que?, resulta que Cat nos ha llamado locas
por despertarla resulta que cat nos ha llamado locas por despertarla, Locas!,
Locas!,Locas!Locas!, Ha dicho! Ha dicho!-
-Chicas, bajad el volumen…- imploró el mayor de los Strönd.
Sentía que su cerebro se convulsionaba por el esfuerzo de aguantar los gritos
mentales.
-Oh! Perdón!, Oh! Perdón!- se disculparon ellas antes de
retirarse de su mente
Marcus trató de disculparse por su tono pero fue derribado
por Ecko, que exaltado de ver a su dueño, procedió a hacer lo que suele hacer un
perro- cocodrilo en estos casos: Saltar.
-Aparta de ahí chucho!- lo espantó Noahn. El segundo mayor
de la familia, agarrándolo por la escamosa cola y estrellándolo contra la
estantería. Por suerte, los Marigo son una raza de gran capacidad regenerativa
y resistencia, por lo que si el cachorro notó el golpe, no lo demostró. De
hecho, debió de interpretar la irritación del forzudo como una invitación al
juego, y , avido de complacer a uno de sus dueños. El Marigo se abalanzó sobre
Noah, derribándolo.
Eso dio tiempo a Marcus de incorporarse, ayudado por otro de
sus hermanos: Tighe.
Tighe era un autodenominado salvaje, aunque así lo
atestiguaban los harapos con los que se cubría, los colgantes de diente de
Desollador y la gran mata de pelo color pino que alcanzaba sus rodillas. Tighe
también lo llevaba en la sangre. Su abuelo lo había encontrado en uno de sus
últimos viajes, cerca de la colina negra, donde según las leyendas, habitaban
los salvajes. El recién nacido había sido abandonado en la desnuda ladera. Pero
antes, le habían amputado el pene y una oreja. Aunque no sabía que quería
decir, el abuelo se sintió horrorizado por tanta crueldad y rescató al
sollozante bebe de una muerte segura. En consecuencia, Tighe se había
convertido en el único miembro de la familia Strönd completamente albino. Nadie
le rechazó por ello y pronto comenzó a mostrar su valía como cazador y
pescador. Desde los dieciséis años, cada mañana marchaba en su pequeño bote y
regresaba al atardecer con las redes llenas de sustento para la familia a la
que tanto amaba.
Su aspecto físico era admirable, Unas curtidas manos daban
paso a unos bien proporcionados brazos y un musculoso cuerpo albino. Sus ojos
color plata denotaban cansancio y pérdida pero también alegría y amor, no
hablaba mucho pero sus palabras eran sinceras y eso era más que suficiente para
los Strönd. Al igual que Marcus, amaba el mar y tenía permiso del abuelo para
caminar por la playa libremente. Una larga cicatriz adornaba su cara partiendo
de la esquina derecha del labio hasta finalizar en la oreja izquierda. Dicha
cicatriz había sido obra de un desollador que había logrado infiltrarse en la
torre y que estuvo a punto de acabar con la vida de Uhan, uno de los más
pequeños. En aquel combate, el Desollador había perecido bajo la lanza y el
cuchillo del diestro pescador pero a un coste: El pequeño Uhan no había vuelto
a ser el mismo, aquella experiencia le había creado un trauma y ahora otra
personalidad dormía en el hasta que en la noche… Bueno, digamos que no es
momento de contar eso ahora.
Marcus aceptó la mano del sonriente pescador y se puso en
pie de un salto. Acto seguido se apresuró a apartar a Ecko de un Malhumorado
Noahn y a encerrar al cánido en la terraza. Los taburetes libres se llenaban
con rapidez por lo que ya no podría sentarse al lado de Tighe, como era su
intención inicial. Examinó de un vistazo la mesa ,vislumbró un asiento libre al
pie de Magob y Sid y se dirigió hacia
allí mientras recibía un torrente de buenos días provenientes de los rincones
más insospechados.
La gran mesa de madera que ocupaba gran parte de la cocina
estaba carcomida y ligeramente húmeda, de gran extensión para la diminuta
cocina, las estanterías eran saqueadas sin piedad mientras la familia Strönd
devoraba todo aquello que se ponía a tiro: Pasteles de medusa, colas de
pescado, algas frescas en ensalada, moluscos trautesos y atún. Un menú completo
y lleno de energía, si acertabas a llegar a tiempo. En este caso, Marcus,
contempló la vacía fuente de sus queridos trautesos y arrambló con una bandeja
de colas de pescado. Saboreó la salada y pegajosa golosina mientras entablaba
conversación mental de nuevo con las gemelas.
-No estais locas!, a ver contadme como fue…-
Ellas captaron al instante su pensamiento e irrumpieron de
nuevo en su mente con una voz más estridente que antes incluso.
-No sé por qué se puso así! No sé por qué se puso así! Nos
levantamos cegadas por la luz! Nos levantamos cegadas por la luz! y queríamos
despertarla para que no se despertase por la luz! Si, Eso!... entonces, Tuvimos
una idea! Si, una gran idea!... Decidimos que! Decidimos que!, la
despertaríamos con una canción! la despertaríamos con una canción! Y entonces…
Marcus no necesitó que siguieran hablando, se imaginaba a
Cat durmiendo plácidamente, soñando con lo que sea que soñase y de repente
despertarse con una canción estridente cantada a dos voces y completamente
desacompasada… una sonrisa se apoderó de él y observó a la ojerosa e irritada
adolescente que en ese momento reprendía a Dhol, otro de los pequeños por
lanzar colas de pescado a Sid y a Magob, que contraatacaban con una lluvia de
escupitajos estratégicos, que a juzgar por las manchas en el pelo del otro
bando, resultaba muy efectivo.
-Yo creo que con que no volváis a despertarla así… No habrá
problema alguno!.- Aseguró el joven.
Las gemelas se miraron entre ellas y asintieron con la
cabeza, la comunicación con Marcus desapareció súbitamente y este pudo apreciar
la mueca de dolor que apareció en el semblante de Cat, parecía que las gemelas
se estaban disculpando, a su manera, pero disculpándose de todos modos. Marcus
volvió a concentrarse en la comida y comprobó con consternación que su fuente
de colas de pescado había desaparecido para situarse en el otro extremo de la
mesa. Resignado, tomó una fuente de algas y comenzó a comer sin entusiasmo,
odiaba las algas, pero tenía hambre y necesitaba fuerzas para acometer el
trabajo que le esperaba. Apuró las
viscosas y grises hojas mientras charlaba animadamente con Magob, quien,
exultante por haber ganado la batalla de comida, abandonaba el campo de batalla
para ser condecorado. Sid, en cambio, no daba cuartel y hostigó al enemigo
hasta que Cat se levantó furiosa de la mesa y salió de la cocina echando
pestes.
-Realmente, no se para que querrá el abuelo tantos
cacharros, deben de traer huevos porque no me explico la enorme cantidad de
Baadauchs que hay en la torre… Lo digo en serio, tu porque vives en la cima de
la torre y solo hay crías, pero Sid y yo encontramos en los túneles inferiores
unos ejemplares del tamaño de Ecko…-
-Yo me preocuparía más por el abuelo que por los Baadauch,
si os pilla ahí abajo tendréis problemas.- le cortó Marcus con semblante serio.
-No hay problema, los exploramos de noche, cuando los
Desolladores duermen, además, hemos encontrado cosas increíbles- se defendió su
hermano.
-Por ejemplo?- le interrogó,más interesado.
-Piezas metálicas inoxidables, viejos Cd´s , una pantalla de
computación y un par de cosas más, como un cepillo de dientes que vamos a
regalarle a Leo por su cumpleaños.- enumeró en voz baja Magob. –Si quieres
acompañarnos… podemos avisarte cuando salgamos de nuevo- ofreció.
Marcus se sentía tentado, la simple oferta era realmente
suculenta, conseguir piezas antiguas y por tanto valiosas sin arriesgar el
pellejo en la playa de escoria era algo que nunca habría imaginado. No porque
no supiese que los túneles inferiores de la torre, conductos que había sido
totalmente sepultados, no albergasen tesoros. Si no porque nunca habría
imaginado forma alguna de acceder a ellos… Y entonces, una horrible sospeche se
apoderó de él, miro a su hermano que sonreía y lo asió por las mangas de su
remendada camisa gris mientras decía en voz baja e interrogante:
-Como podéis acceder a los túneles inferiores?, no habréis
abierto el sótano, verdad?-
Su hermano trató de desembarazarse de él, pero la presa de
Marcus era férrea. Tras unos segundos, desistió y contestó con voz susurrante y
alarmada:
-Claro que no!, es un
camino que parte de la gran tubería que está al lado… No se nos ocurriría hacer
tal cosa Marcus, tú lo sabes, sería una imprudencia y un suicidio entrar en el
sótano.-
-En ese caso me apunto.- Decidió Marcus tras soltar a su
hermano.- Cuando bajáis de nuevo?-
-Estamos instalando un sistema de poleas para traer más
mercancía de ahí abajo… un par de días a lo sumo.-
-No os olvidéis de avisarme… y si necesitais ayuda o
cualquier otro tipo de cosa. Avisadme , vale?-
-Pues ya que lo dices… Necesitamos algo.- confesó Magob
-El qué?-
-Más cuerda, la que tenemos no nos llega para bajar hasta el
fondo de la tubería.-
Marcus frunció el ceño al oír aquello, de todos los
materiales que a diario recolectaba en su trabajo, el acero inoxidable y las
fibras eran los más valiosos. El primero, por su resistencia a la corrosión,
primordial en el mantenimiento del Anular. El segundo, por su enorme escasez y
velocidad de deterioro. Magob bien podría haberle pedido el corazón de un
desollador náutico, habría sido una tarea más fácil.
-Haré lo que pueda, pero…-
-Oh, gracias!, Marcus no sabes lo que lo necesitamos!
Sabíamos que podíamos contar contigo para…-
-Espera- Lo interrumpió. – Haré lo que pueda, pero ya te
digo ahora que no creo que encuentre fibras,y, aunque lo hiciera, falta la
parte de trenzarlas para hacer una cuerda. Como vais a trenzarla sin que el
abuelo os descubra?-
-Cat nos debe un favor, ya ha trenzado toda la que tenemos
ahora. Por eso no te preocupes.-
-Cat os debe un favor?-
-Si… Ahora debo irme, hay mucho que hacer y las placas de la
plataforma no se van a soldar solas… - Atajó Magob con un deje de nerviosismo
en la voz. Se levantó con rapidez del
taburete y se arrojó al agua antes de que Marcus pudiese continuar su
interrogatorio.
-Buena suerte hermano! Y gracias!- Dijo antes de sumergirse
.
Sid no tardó en seguirle, el larguirucho y pelirrojo
adolescente besó a su madre en la mejilla antes de zambullirse tras su hermano
y desaparecer en el anegado pasillo.
Con la cabeza llena de preguntas, Marcus buscó a Cat con la
mirada. No la encontró en la cocina, el musculoso joven se levantó y salió en
su búsqueda. No halló rastro alguno de ella en la terraza, sin embargo, si
halló a Ecko, y de nuevo resultó derribado por su cariñosa mascota. Noahn lo
rescató de nuevo y entre ambos, lograron encerrar de nuevo a la entusiasta
mascota en su externa prisión.
-Pero porque seguimos conservando esta cosa?!- grito su
hermano mientras se debatía por mantener al Marigo dentro de la terraza.
-Porque en el fondo lo adoras Noahn!- Contestó Marcus
tratando de cerrar la puerta metálica.
-Y una mierda!, con gusto me haría un buen par de capas de
escamas con su piel-Replicó su hermano
rojo por el esfuerzo. –Cierra de una maldita vez!- exclamó.
La puerta se cerró con un chasquido metálico. El desdichado
Marigo aulló al comprender que el juego se había acabado. Mantuvo la misma nota
durante unos minutos hasta que, resignado, se sentó a esperar su liberación
golpeando de cuando en vez la puerta con su escamosa pata.
-Que nadie le deje salir hoy…- farfulló Noahn sin aliento.
Su grueso bigote se hallaba perlado de sudor.
El resto de la familia contemplaba el espectáculo con
diversión. Todos sabían que el enfado de Noahn era fingido, que adoraba al
juguetón perro-cocodrilo que aguardaba la siguiente sesión de juegos al otro
lado de la puerta. Y que, nunca sería
capaz de hacerse una capa con la piel del Marigo.
-Noahn, siéntate y termina tu desayuno- sugirió su madre con
una sonrisa . –Antes de que Ecko vuelva a estar suelto- añadió al reparar en la
sonrisa pícara de Dhol, que sin disimulo alguno se dirigió hacia la oxidada
puerta cerrada.
-Ni se te ocurra mocoso!- Lo amenazó Noahn con una cuchara.
–Ven aquí, que te voy a enseñar a abrir puertas cerradas!- rugió, mientras se
lanzaba en persecución del pequeño. Este lanzó un chillido y se lanzó al agua.
Noahn no se amillanó ante el reto.
-En el agua no te salvarás!- dijo antes de zambullirse de un
salto.
La cocina permaneció en silencio unos segundos hasta que el
fornido joven desapareció tras el rebelde infante, entonces todos los presentes
estallaron en sonoras carcajadas que se redoblaron ante la comparación de Noahn
con una morsa en su elegancia al nadar. En ese momento de la segunda puerta
llegaron unas carcajadas graves y de trabajosas. Carcajadas de genialidad y
buen humor mañanero. La risa del abuelo.
Aurrius Strönd penetró en la cocina con su habitual cojera
golpeando rítmicamente el suelo a su paso, con calma, examinó a su familia con
su único ojo mientras se arrellanaba en el cómodo sillón que encabezaba la
mesa. Sin reparar en nadie, el anciano desdentado extrajo su preciada pipa y un
bote que esparció el aroma del mar en cuanto fue abierto: La mezcla especial de
tabaco de algas Strönd. El resto de su familia aguardaba en silencio mientras
el miembro más anciano realizaba su más sagrado ritual familiar, con calma,
sacó el mechero de su bolsillo y una llama anaranjada iluminó su rostro trufado
de cicatrices. Una larga calada, luego otra, otra más… Pronto el olor a mar se
intensificó hasta límites insospechados y la mayoría de los presentes frunció
la nariz. No así Marcus, que adoraba el olor del famoso tabaco del abuelo. El
joven contempló como el anciano de chaqueta azul y barba espesa le devolvía una
mirada feroz a través de su único ojo rojo. Tras un par de caladas más, apagó
su pipa y guardó de nuevo la cajita en las profundidades de su gabardina
vaquera.
-Marcus, has desayunado ya?, has repuesto fuerzas?- Inquirió
de pronto el anciano.
-Si, abuelo, solo me han quedado algas pero…-
-Buen chico. Ahora ve y saca las grúas… tenemos mucho
trabajo- continuó el anciano sin reparar en la respuesta
-Has encontrado algo?!- saltó de pronto Leo visiblemente
emocionado.
El anciano mostró una larga y desdentada sonrisa mientras se
mesaba la barba. Permaneció en silencio unos segundos y a continuación habló
con una voz áspera y grave:
-Es posible… pero por el momento solo tengo vagos indicios,
en mi paseo nocturno de hoy vi algo bastante interesante.- hizo una breve
pausa. –Algo que quizás valga la pena investigar.- Concluyó.
-De que se trata?- quiso saber Leo. Se había levantado de la
mesa y aferraba los bordes con fuerza.
-Aún es pronto para saberlo, pero Marcus y yo lo
investigaremos hoy, tengo ciertas sospechas y espero sinceramente equivocarme
con ellas.-
-Pero qué…?-
-Leo, no seas impaciente- le cortó Marcus. –Si el abuelo
dice que lo investigaremos, lo investigaremos y entonces ya tendrás respuestas-.
–Ya sabes que esta familia no tiene secretos- añadió.
El abuelo permanecía en silencio observando la escena, su
sonrisa se había ladeado y su mirada chispeaba. Marcus conocía a la perfección
aquella expresión, era la misma que su abuelo había adoptado cuando el
desollador náutico casi mata a Uhan, la misma que el risueño anciano blandió
cuando se cumplió el año sin que mercader alguno visitara a los Strönd y la
misma con la que obsequiaba a Marcus cada vez que este le interrogaba acerca de
la luz que todos los días asesinaba su sueño: Aquella expresión era de miedo.
Y cuando el abuelo se asustaba, Marcus sabía que lo que
había que hacer era huir en dirección opuesta. En este caso, no podía imaginar
que había encontrado en robusto anciano para obsequiar a la familia con tal
mirada de desasosiego. Sumido en sus pensamientos, no reparó en el silencio que
de forma súbita, se había apoderado de la cocina. Su madre se había sentado al
lado de su abuelo y hablaba en voz muy baja, sin apenas mover los labios. El
anciano asentía y murmuraba en tono aún más bajo, Leo y las gemelas se miraban
confundidos, sin saber que hacer en aquel momento. Marcus decidió por ellos.
-Bueno chicos… y chicas. Vamos a dejar a mamá y al abuelo
hablar solos. Vale?.- dijo con voz queda.
-Pero…- quiso decir Leo.
-Pero nada Leopold.- le cortó su hermano. –Todos al agua
ahora mismo, o preferís limpiar las grúas de moluscos?- amenazó.
Leo y las gemelas pusieron cara de enfado y refunfuñaron
pero ante amenaza de semejante calibre, acabaron por seguir el mandato de su
hermano. Cuando el último de los infantes desapareció bajo el agua, el joven
interrogó a su abuelo con la mirada, pero no obtuvo respuesta alguna.
-Voy a poner en marcha las grúas- dijo, antes de sumergirse.
No obtuvo respuesta, ni tampoco la esperaba.
Lo último que pensó antes de que las frías aguas abrazaran
su cuerpo, antes de emerger al otro lado del pasillo, fue un pensamiento vago y
difuso que no reconoció como producto de su propia mente:
-Espero que no tenga que ver con el asesino…-
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